El artista catalán, nacido en Sant Pol de Mar en 1957, iba ayer con tales cuestiones saltándole entre los parietales a recoger el Premio Nacional de Artes Plásticas 2006, que entregó la ministra de Cultura, Carmen Calvo, en una ceremonia celebrada en Cádiz. Y unas horas más tarde estaba ya en Madrid para inaugurar su nueva exposición, Los horizontes y las cinturas, en la galería Soledad Lorenzo (calle de Orfila, 5).

Regresa Perejaume con la mercancía de su último trabajo, que como es habitual en este artista va plantando huella por todos los géneros, por todos los soportes posibles. En esta ocasión su lúcido eclecticismo deja rastro en un conjunto de dibujos a lápiz, en un vídeo, en fotografías, en otras obras de técnica mixta... «Son piezas de este mismo año, concebidas como un conjunto. El motivo que las articula es el intento de imaginarnos la geografía y el espacio paisajístico como una coreografía», explica. Algo así como si las montañas mantuviesen una danza derviche, un balanceo. «La forma que he tenido de desarrollar esta idea tiene mucho que ver con mi forma de trabajar, tan heterogénea. Todo el despliegue de técnicas de esta exposición creo que conforma al final una mecánica bien coordinada. Cuando hay una idea de fondo existe esta posibilidad de acercarte a ella a través de distintos medios».

Todo resuena en una misma dirección. Y tiene los signos del trabajo de Perejaume, esa riqueza de matices y tradiciones que este creador pone a funcionar a la vez: desde la ironía dadá a la poesía mística, de la emoción romántica a la acción conceptual, y de ahí al experimento audiovisual. «En esta exposición he incluido, además, como parte del conjunto un texto en catalán, bastante plástico y sonoro».

Y es también parte de la orquesta creativa de Perejaume, de esas cuestiones que le rondan casi con militancia. Preguntas que tienen que ver con el concepto de los límites, con las posibilidades de un lenguaje que nos supera... «Muchas veces tengo la sensación de que obramos como especie, no como individuo. Es como si la modernidad hubiese impuesto la preocupación por lograr una autoría no humana. Lo poético en mí surge por la fascinación a lo que podrían ser unas obras sin autor», sostiene el artista.

El trasvase de materiales de un espacio a otro ha convertido la obra de Perejaume en una chistera de duende donde todo es posible, con una idea vertebral, sí, pero también con la posibilidad de que cada una de las obras se dispersen por su propia senda. Es la materia de un artista singular como él, apasionado, extraño, inteligente, mutante.