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Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere una lucha constante (George Orwell) |
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AQUI / NO HAY PLAYA |
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El invento de la Comunidad |
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Javier Lorenzo
El peatón está amoscado. Tantos meses de pertinentes apuntes, de perspicaces opiniones, de sólidas reflexiones, para que ahora la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, no le haya invitado a comer junto al resto de columnistas de esta sección. Por supuesto que quien sí va es este tal Lorenzo que firma veleidosa y arteramente estas líneas -menudo es, que no se pierde una-, pero es tal la dependencia que este plumilla tiene de los acertados comentarios y agudas consideraciones del peatón que éste se cree con más derecho que él para asistir a lo que prevé puede ser un enjundioso ágape. Y en cualquier caso, donde caben cinco, también caben seis, ¿verdad?
No obstante, y a pesar del desprecio sufrido, el peatón no va a variar un ápice su acendrada teoría de que la Comunidad de Madrid es un invento basado territorialmente en el estereotipo provincialista del siglo XIX, mezclado con la evidencia de que Madrid no podría ser nunca, además de la del Estado, la capital de Castilla -de las dos Castillas- y convenientemente ajustado a la entonces novedosa idea del Estado autonómico. No había que herir susceptibilidades. Fuera como fuere, el hecho indiscutible es que la nueva institución tuvo que crearse de la nada. Desde el himno (música de Sorozábal, hijo; texto de García Calvo) hasta el escudo (obra de Santiago Amón y Cruz Novillo), pasando por todos los organismos oficiales. Como dice acertadamente el himno, la Comunidad de Madrid es el «Ente Autónomo Ultimo». Tan último que, salvo Joaquín Leguina y algún filólogo extraviado, nadie recuerda ni una estrofa, ni una nota de lo que en otros lugares sería una emotiva seña de identidad.
La cuestión, pues, que hoy se plantea es la siguiente: ¿Tiene sentido la Comunidad Autónoma de Madrid? Y aún más. ¿Es posible que una misma ley pueda servir por igual a una ciudad de millones de habitantes que a un pueblo de apenas unos centenares de vecinos? ¿No existe asimismo un intervencionismo excesivo en los asuntos de la capital, solapando así las iniciativas del Ayuntamiento y causando los naturales recelos y enfrentamientos entre ambas instituciones? Y al fin. ¿No sería más lógica la creación de un área metropolitana a semejanza de otros países vecinos? Por lo demás, y mientras el estatus jurídico no cambie, el peatón admite sin pesar que la Comunidad presta grandes servicios; tantos que para darlos a conocer parece que se gasta en autopromociones más de la mitad de lo que dedica el Estado a ese capítulo. No es para menos, concluye el peatón. Es lo que pasa cuando se tiene la cabeza tan grande y el cuerpo tan chico: que aunque no se quiera, se va dando la nota.
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