PEDRO VILLORA
Hay algo de ironía en un espectáculo que se titula Se ruega puntualidad y cuyo estreno comienza con retraso, aunque no excesivo. Pero esa petición no se dirige a los espectadores, sino a los artistas: que lleguen a tiempo a la fiesta convocada.
Se ruega puntualidad es, literalmente, una fiesta que celebran nueve bailarines con su mucho de beber y algo de picar. Y, como en cualquier festejo, la gente se agrupa para mantener conversaciones de dos, acaso de tres, alguien que se suma, otro que se aparta, una frase que se interrumpe, uno que se pone pesado... Como estos amigos reunidos se dedican al baile, parece de lo más natural que esas charlas se hagan no tanto mediante palabras sino con movimientos: yo enseño este paso, copio el que haces, sígueme si te atreves...
El espectáculo, así, transcurre con la facilidad de los pequeños gestos, actitudes, energías que se expresan sin imponerse por la fuerza, y con la felicidad de toda fiesta en la que se citan personas que se aprecian, respetan y admiran. Sólo por eso la hora de duración ya sería gratificante para el espectador, al que se ofrece un cúmulo de suaves delicias, pero aún hay más.
Ese punto extra es la personalidad real, y no meramente escénica, de los bailarines. En su vida cotidiana son todos ellos coreógrafos, capitanes de sus propias compañías y partícipes destacadísimos de ese movimiento digno de estudio que es la danza contemporánea madrileña, que lleva dos décadas bullendo desde que recibiera el apoyo del desaparecido Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas en las inolvidables veladas de la Sala Olimpia.
En esta ocasión es la Comunidad de Madrid quien los ha incluido en el XXII Festival Internacional Madrid en Danza, ámbito para el cual han creado este Se ruega puntualidad que se estrenó anoche en el Teatro de la Abadía y que aún puede verse hoy. Ellos son Chevi Muraday, a quien se debe la idea original de compartir escenario con aquéllos que tienen vivencias, influjos y ambiciones similares; Teresa Nieto, Carmen Werner, Nicolas Rambaud, Daniel Abreu, Mónica Runde, Daniela Merlo, Francesc Bravo y Juan de Torres. Gozan, se desnudan, bailan unos a las órdenes de otros, sin que pueda saberse qué parte se debe a quién, y en un momento dado hablan al público en una irónica reivindicación de su trabajo al margen de unas instituciones -y sus responsables, algunos aludidos con nombres y apellidos- que no siempre saben muy bien qué hacer con ellos.
¿Qué tal una Abadía de la danza?
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