Jueves, 12 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6325.
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 MADRID
ENTRADA / DE ARTISTAS
Fernando Savater, teatro y drama
Pedro Víllora

El socialismo español tiene numerosas voces, no siempre concordantes, a las que apetece atender. Son las de Rosa Díez y José Bono, que pudieron dirigir su partido y, con ello, gobernarnos; las de Nicolás Redondo Terreros, Gotzone Mora, Joaquín Leguina, Francisco Vázquez, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Alfonso Guerra, Manuel Marín... Y también la de Maite Pagazaurtundua. Ella, a quien no conozco en persona, y su colaborador Fernando Delgado, me han hecho un regalo que desde aquí agradezco: abrirme el último número de la revista de la Fundación Víctimas del Terrorismo -www.fundacionvt.org- para hablar de mi obra Electra en Oma.

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Como indica su título, Electra en Oma sitúa en el paraje vasco las luchas entre Egisto y Agamenón por el control de Argos y la venganza de la hija del rey contra la madre asesina. El punto de partida es que Agamenón, al encabezar los ejércitos griegos en Troya, contribuye a la unión de las polis hasta entonces separadas. Mientras, el traidor Egisto desearía convertirse en caudillo de su pueblo y mantenerlo puro y al margen de la integración con las gentes de otras tierras.

Esta tragedia sobre el nacionalismo excluyente tiene su origen en la creación artística de Agustín Ibarrola, de ese Bosque asediado por los semienmascarados que en la ficción respaldan a Egisto y en la realidad campean a sus anchas. Nace asimismo de las reflexiones de Jon Juaristi sobre el imaginario mítico. Y surge de ese modelo que es la persona y la obra de Fernando Savater.

Amo a Fernando Savater. Amo su actitud, sus palabras, sus escritos, su inteligencia. Amo su humor y su cultura, la limpieza de su expresión, el coqueteo con unos datos que distinguen la sugerencia de la erudición. Amo su figura pública, su seriedad y su simpatía. Incluso cuando no estoy de acuerdo con sus conclusiones, me gusta la inquietud que me procuran sus textos y espero seguir encontrándolos en periódicos y librerías. Y también en los teatros.

Porque Savater es, además, un excelente autor teatral que entiende la dramaturgia como debate de ideas. En Criaturas del aire, una colección de monólogos, se incluye a sí mismo como personaje: «La vida me tiene literalmente encantado, fascinado, embrujado... Hasta tal punto que todas las justificaciones del mundo, los razonamientos a favor de la necesidad u oportunidad de alguna forma concreta de lo real, me parecen denigratorios: aquello que debe ser defendido, no lo merece. Las creaciones están para ser deshechas, precisamente porque somos capaces de hacerlas».

Creaciones que son también las políticas y los Estados. En Ultimo desembarco, encuentro de Ulises con un Telémaco que prefiere la sabiduría al poder, se lee: «Si hubieras rodado tanto por el mundo como yo, sabrías que los beneficios que pueden llegarnos de los gobiernos son idénticos y escasos, pero los peligros múltiples y variados». Eso dice el desaparecido rey de Itaca, a quien algunos de sus antiguos súbditos echan de menos «pero es que son más sensibles a los males presentes que al recuerdo algo desvaído de los pasados».

En 'Vente a Sinapia', un grupo de ilustrados se acerca a la utopía: «Pues a mí me parece que los hombres somos más o menos iguales en todas partes y que tenemos necesidades similares... Pero sobre esta igualdad fundamental se edifican luego mil divergencias accesorias, se inventan fronteras y se contraponen creencias o, mejor dicho, supersticiones. Lo que sabemos con certeza -que hemos de nacer, mantenernos, procrear y morir- nos hermana con todos los seres humanos; es lo que no sabemos, lo que conjeturamos, nuestros delirios arbitrarios y pendencieros, lo que nos enfrenta a los otros y da origen a las banderas y las banderías».

Un teatro, el de Savater, que habla de vida, que termina Juliano en Eleusis con la promesa de una eterna primavera, es más real que el torpe drama en que quieren secuestrarlo. Más real, más interesante y también mejor.

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