Franjul se ha ganado la fama de la alta costura del zapato. Varias generaciones de maestros zapateros han vertido su saber sobre la espalda de Francisco Sánchez López, quien ya desde niño, al salir del colegio, ayudaba a su madre a rayar costuras y a los 20 años decidió encaminar sus pasos hacia esta órbita de la moda femenina.

Hace 11 años, cuando su tío se jubiló, Sánchez encontró el momento propicio para transformar el negocio a su imagen y semejanza. Llevaba años colaborando con el taller, realizando encargos y ahora pasaba a sus manos. El carácter empresario de sus antecesores se fundió en una visión más artística, la tradición se acercó más al glamour. Sin embargo, la artesanía siguió siendo la corriente que alimentaba Franjul.

Su equipo, casi familiar, lo forman dos aparadoras (como era su madre), que se dedican a coser, doblar y cortar el zapato; un modelista o patronista, que trabaja el patrón; una persona en la puerta que atiende al cliente; y él mismo, que hace «un poco de todo». Es todo lo que necesita para sacar a buen puerto los encargos.

Franjul recibe al visitante con un inevitable aroma a piel y a zapato, a viejo taller que se escapa con impaciencia del interior del local. Es un olor a betún, a tradición que ofrece cierta confianza y respeto al cliente, que ya llega al comercio desde cualquier parte de España (y del extranjero) recomendado por un modisto de alta costura o algún amigo. No en vano Sánchez trabaja con los mejores modistos del país (Tony Benítez, Larrainzar, Delfín, etcétera).

Traspasado el umbral de la puerta, en el suelo, reposa un pequeño museo apenas apreciable a través de unos cristales bajo los pies, donde asoman algunos ejemplares históricos que se han fabricado en aquel taller: «Estos son de una artista que se jubiló hace tiempo, cuando dejó de bailar les dio un baño en bronce y se los regaló a mi tío».

El proceso artesano de creación del zapato apenas ha cambiado, «los contrafuertes ya no son de cuero, hay que mojarlos con disolvente, pero el proceso es el mismo». Lo primero es medir el pie de la clienta. Desde el número 30, que posee alguna diminuta dama, hasta el 45, hay todo un universo de pies que vestir.

Hay algunas señoras que tienen ya su propia horma porque son clientas habituales. «Hay otras que fallecieron y aún conservo las suyas», dice señalando hacia uno de los rincones del armario. Luego se realiza el patronaje y cortado, más tarde se cosen. Todo ello se realiza en pequeñas mesas alojadas en el diminuto taller. El siguiente paso es el montado y, por último, el terminado, que incluye el pegado de plantillas y su limpieza.

La labor se realiza en cadena y estará listo en un mes aproximadamente. Aunque en caso de necesidad podría crear uno en 24 horas. «Si se rompiera, por ejemplo, con un desfile de moda en marcha, no habría más remedio».

Lo más importante es que cada mujer le logre transmitir lo que desea. Su mirada se le escurre siempre hacia los pies, es un defecto profesional: «Yo personalizo zapatos. Lo más duro es convencer a una clienta de que el que le propongo diseñar es el mejor zapato. Yo me niego a que ciertos zapatos salgan de aquí». La reputación que tiene que mantener le lleva a viajar por los salones de moda París, de Milán o de Londres, buscando lo último.

Aparte de los compromisos que adquiere con las diferentes pasarelas, el equipo debe estar bien preparado para la primavera y el verano, que es cuando llegan los acontecimientos, como las bodas, las fiestas o los cócteles y hay mayor demanda.

Por unos 180 euros es posible hacerse unos zapatos exclusivos, a medida y al gusto. A partir de esa cantidad uno le puede incluir los elementos que desee. «Estuvimos estudiando con un joyero la posibilidad de hacer unos con diamantes. Aquello saldría en torno a los 30.000 euros». No está nada mal, aunque Francisco dice que con el cristal de Swarowsky se logra un efecto parecido, «y sólo costarían 400».

Tiene 42 años. Es muy joven aún, pero no es demasiado optimista cuando piensa en la continuidad de su negocio. «Ya no hay aprendices. De hecho nadie, quiere aprender este oficio. Los jóvenes llegan con hambre de diseño, pero para diseñar hay que empezar desde abajo. Ahora quien sabe clavar tacones sólo hace eso y no quiere hacer otra cosa».

Modelos, novias, princesas, artistas, todas ponen sus pies en sus manos. Para llegar de la tela al zapato hay todo un proceso que, en Franjul, siempre comienza en la imaginación de Francisco Sánchez López.

Dirección: Calle de Lope de Vega, 12. Teléfono: 91 429 56 98.

Diseño artesano y exclusivo de zapatos en tela para novias y fiestas. Más información en la página de Internet: www.calzadosfranjul.com.