Jueves, 12 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6325.
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LA CARRERA AL ELISEO / El voto de la periferia de París
«Si no te gusta 'Sarko', échalo»
El candidato conservador visita 'clandestinamente' la 'banlieue' parisina, a pesar de su mala reputación en la periferia
RUBÉN AMON. Enviado especial

VILLEPINTE / CLICHY.- No estaba previsto que Nicolas Sarkozy compareciera ayer en Villepinte. No podía estarlo. Cualquier publicidad de la visita hubiera provocado la iracundia de los vecinos. Empezando por quienes no le perdonan haber demonizado la banlieue (periferias) ni haber depurado autoritariamente los focos de la guerrilla urbana en noviembre de 2005.

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Sarkozy sabe que no es bien recibido en Villepinte ni en los otros escenarios que demarcan el departamento de Seine-Saint-Denis (noroeste de París). También estaba cansado de escuchar a los rivales repetir que su fama de robocop le impedía poner un pie en los arrabales parisinos.

Les ha contradicho. De puntillas. La escala matinal al Ayuntamiento de Villepinte se produjo inesperadamente para que los periodistas pudieran informar del tabú conjurado. No hubo manifestantes ni refuerzos policiales. Porque nadie sabía en Villepinte que Nicolas Sarkozy oficiaba una ceremonia oficial para otorgar la nacionalidad a unos inmigrantes.

El gesto propagandístico y mediático desafina con las expectativas electorales de Sarkozy en las zonas calientes suburbanas. Por ejemplo, Clichy-sous-Bois, cuya maltrecha fama proviene de haberse convertido en el escenario originario de la guerrilla urbana.

Cuestiones endogámicas

Fue aquí donde se produjo la primera revuelta vandálica a raíz de la muerte de Ziad y Buna, mártires adolescentes de una rebelión que cumple un año y medio sin que los 28.000 vecinos del municipio hayan percibido cambios. Clichy no tiene cine, ni teatro, ni comisaría, ni estación de cercanías, ni hogar del jubilado ni jardín infantil. Antes existía un gimnasio con aspecto de tugurio, pero la oleada incendiaria de noviembre de 2005 lo convirtió en cenizas y en paradoja de la adversidad comunitaria: los vecinos de Clichy no sólo padecen miseria y discriminación. También se convirtieron, por añadidura, en las víctimas de los destrozos.

Cuestiones endogámicas que el alcalde del municipio, Claude Dilan, pediatra, filántropo y socialista, atribuye a un problema de percepción exterior: «Aquí hay un doble error. Ni se puede angelizar a la periferia, como a veces hace el Partido Socialista, ni se puede criminalizar, como hace Sarkozy. La policía y los tribunales son necesarios, pero no pueden convertirse en los únicos instrumentos de lectura de este problema. La crisis de las periferias no se resuelve con los gendarmes ni con el Ejército. Se resuelve con la comprensión, con la educación, con la cultura, con el desarrollo de las comunicaciones, con los programas de integración». El nombre de Sarkozy ocupa entre blasfemias e insultos las pintadas más recurrentes de la barriada. Fue Sarko quien llamó escoria y canallesca a los chicos de la rebelión. Y es Sarko quien no se atrevía a venir por aquí desde que fue proclamado candidato al Elíseo.

Jean-Marie Le Pen, en cambio, alardeó de su populismo hace una semana con una visita a la zona caliente y vecina de Argenteuil. Quería demostrar que el Frente Nacional ha crecido en las zonas deprimidas y que la publicidad electoral de una magrebí con el ombligo al aire ha funcionado como un mecanismo de identificación entre los abundantes desheredados.

La ilusión de las candidaturas antisistema -Le Pen, los partidos trotskistas, el PC francés- y la aversión colectiva a Sarkozy han despertado una conciencia electoral entre los vecinos de Clichy y de muchas otras zonas periféricas. De hecho, las asociaciones vecinales de los suburbios promueven campañas de concienciación amparándose en un eslogan propiciatorio: «Si no te gusta Sarkozy, puedes echarlo con tu voto».

Es cuanto sostiene vehementemente el rapero Rost, cabeza visible de un incansable movimiento social y sociológico -Banlieue Active- que pretende rescatar a los vecinos de su desidia y de su desgana: «El voto es un arma democrática. Muchos no creen en ella. Pero si lo hacen se darán cuenta de que pueden cambiar de sitio a quienes les gobiernan».

Las expectativas del porvenir desafinan con la precariedad del día a día en Clichy. Será porque la tasa de desempleo (23,5%) duplica con creces la media nacional. Será porque la densidad de médicos por habitante es la más baja de Francia. O será porque la proliferación de menores de 25 años (47% de la población) es inversamente proporcional a su futuro.

Un futuro apocalíptico en caso de verificarse la victoria presidencial de Sarkozy. Lo dice Claude Dilain: «Claro, porque agitaría toda la tensión social. Quiere subvertir ese principio de solidaridad que cohesiona la República. Frente a la solidaridad, él propone la competitividad. Y eso estaría muy bien si no fuera porque las condiciones de partida no son iguales. Hay quienes tienen un Ferrari. Y hay quienes sólo pueden conducir con un dos caballos destartalado».

La paradoja de fondo consiste en que no se percibe un candidato de consenso capaz de plantar cara a Nicolas Sarkozy. Tendría que haber sido Ségolène Royal, pero los vecinos de Clichy, machistas o no, desconfían de una madame que viste de Chanel, que proviene de antepasados militares y que ha propuesto acuartelar a los adolescentes violentos.

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