FATIMA RUIZ
Es el único candidato que no requiere uno de los comics electorales que han florecido en las librerías en plena campaña. Icono de la resistencia francesa contra el Imperio, era inevitable el símil con el pequeño galo que restañó, aunque fuera en dibujos, el herido orgullo francés tras la Segunda Guerra Mundial.
Al Astérix de la antiglobalización no le faltan ni el mostacho, ni la pipa, ni cabezonería para emular a su alter ego animado y enfrentarse al Goliat de las multinacionales. A pedradas incluso.
Lo hizo en 1999, cuando contribuyó a derribar un McDonalds que la cadena norteamericana había osado erigir en Millau (suroeste de Francia), inaugurando una cruzada por la excepción gastronómica francesa que continuó ese mismo año en Seattle. En esa ciudad estadounidense, entre protesta y protesta contra la cumbre de la Organización Mundial contra el Comercio (OMC), volvió a desafiar al reino de la hamburguesa engullendo ostentosamente sandwiches de Roquefort frente a otra de sus sedes.
La pelea entre carne y queso venía de atrás, de una lucha de tarifas en los mercados internacionales que la OMC -encarnación del liberalismo económico al que José Bové ha declarado la guerra- zanjó agujereando los bolsillos de los campesinos galos.
Veterano pacifista y activista antinuclear, en los años 70 descubrió su vocación agrícola y se erigió en portavoz de los trabajadores rurales. La llegada de los organismos genéticamente modificados le granjeó una nueva batalla por la que batirse. En esta ocasión, destruyendo campos de soja transgénica en una granja experimental perteneciente a la multinacional Monsanto junto a 1.000 campesinos brasileños sin tierra. Fue su consolidación como líder altermundista, en pleno Foro Social de Porto Alegre. Y recientemente abanderó el portazo francés a la Constitución de la UE, en pro de una Europa más social.
Ahora ha atendido a la llamada de «miles de ciudadanos» -aunque las encuestas le otorgan entre un 2% y un 3% de intención de voto- y se ha colgado el 12º dorsal en la carrera al Elíseo. Se niega, dice, a aceptar la alternancia entre «la derecha dura y la izquierda blanda». Frente a la VI República que preconiza Royal, abandera una profunda reforma de las instituciones para instaurar la «primera democracia» que acabe con «la monarquía electiva» imperante en la republicana Francia.
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