MANUEL HIDALGO
He visto Una verdad incómoda, el documental de Al Gore sobre el cambio climático. Es una obra de divulgación y de denuncia. Llama la atención con contundencia sobre un problema grave. Explica, aclara y propone. Incita a un compromiso que se puede tomar en la conciencia individual, pero que exige, para alcanzar una decisiva eficacia, medidas colectivas. De los gobiernos, de las empresas, del conjunto de los ciudadanos. No bastará con invitaciones al buen comportamiento particular. Se precisan leyes, normas, reglamentos, obligaciones y, por supuesto, sanciones.
La película desanima un poco. El fenómeno está diagnosticado, y eso es bueno. La terapia está señalada a grandes rasgos, pero se percibe el enorme retraso que llevamos en su aplicación y las tremendas dificultades que supondrá coordinar a muchos organismos e instituciones bajo prescripciones y deberes muy concretos que, en muchos casos -y como se está viendo- se rechazarán o se retardarán por un miedo más que imaginario a que, de momento, produzcan efectos negativos en la economía y en el empleo. A que contradigan intereses de presente a favor de probables beneficios futuros y de la evitación de males más que presumibles en el porvenir. En 100 años, todos calvos. Así solemos resumir nuestro modo de enfocar el tiempo que ya no viviremos. ¿Seremos capaces de ciertas renuncias y sacrificios en el día a día para salvaguardar un mañana en el que ya no estaremos?
Eso está por ver. Eso es casi, y sin casi, una religión. La nueva religión del cambio climático, de la que Al Gore oficia ya como su máximo profeta mediático, de una manera, tal vez, demasiado personal. O personalizada. Lo cierto es que el protagonismo del ex vicepresidente de Estados Unidos es excesivo en la película. Todos los profetas son excesivos, quizás. Pero Al Gore ocupa la pantalla más de la cuenta. Es un poco ridícula esa imagen que se repite de Gore arrastrando una maletita de aquí para allá, como si fuera un hombre corriente empeñado en divulgar su mensaje -familia por familia, se llega a decir- como un redentor tan desvalido como crecido, a base de esfuerzo, para su gran causa.
Hay en la película, de rondón, un cierto tratamiento del héroe muy a la americana. Se me hizo tan incómodo como la verdad que propaga. Es difícil de admitir que un hombre que se muestra así no tenga pensado volver a la alta política. Sé que los enemigos de su tarea opinan y difunden esta misma idea, pero Al Gore es el responsable de la imagen que da. La película, como tal, no es buena. Sobran hologramas y gráficos virtuales, y faltan, sobre todo, opiniones autorizadas de científicos y mejores imágenes documentales. En realidad, Una verdad incómoda es un programa de televisión relativamente barato y algo tostón en su segunda parte.
En la contracubierta del deuvedé ya se citan los 10 mandamientos para detener el calentamiento global. Es el decálogo de la nueva religión. Habrá que cumplirlo. Si no para ganar el cielo, al menos para despejarlo.
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