Una sangrienta cadena de atentados suicidas sembró ayer el terror en la capital de Argelia. Un coche bomba explotó junto a la sede del Gobierno y otros dos en una comisaría cercana al aeropuerto. El recuento provisional sitúa el balance en 23 muertos y 162 heridos, pero la cifra podría ir en aumento en las próximas horas.
La masacre fue reivindicada por la filial de Al Qaeda en el Magreb, que incluyó en su comunicado una inquietante referencia a la liberación de Al Andalus y que difundió incluso imágenes de los tres suicidas autores de los atentados. Esta organización es un paraguas que acoge al argelino Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), lo mismo que a otras organizaciones de países cercanos. También al Grupo Islámico Combatiente Marroquí, al que pertenecen los terroristas que se inmolaron el martes en Casablanca al verse acorralados por la policía.
A primera vista, no parece que los atentados de ayer guarden una relación directa con los recientes sucesos de Casablanca. Sin embargo, unos y otros son un síntoma muy inquietante del auge del islamismo en el Norte de Africa. Hay muchos indicios de que Al Qaeda ha reforzado en los últimos años su estructura en países como Marruecos, Túnez y Argelia, desde donde recluta voluntarios para Irak y Afganistán y trata de reforzar su estructura en Europa.
Esta ofensiva exige un refuerzo de la cooperación policial entre el Magreb y la UE. Especialmente en el caso de países como Francia y España, unidos por lazos históricos y culturales al Norte de Africa y mucho más permeables a la llegada de ciudadanos de estos países. En los últimos años, la Policía española ha multiplicado los recursos para luchar contra el islamismo radical y ha intensificado los intercambios con los servicios secretos de Marruecos y Argelia, pero debe redoblar la vigilancia ante un peligro cada vez más obvio. No sólo por el riesgo de atentados en la Península sino además por lo que para nuestro país supondría económica y estratégicamente una desestabilización de esos dos vecinos.
Por último, habrá quien diga que esta ofensiva de Al Qaeda es la prueba del nueve de su implicación en el 11-M. Sin embargo, no deja de ser llamativo que tanto en Argel como en Casablanca los terroristas se hayan suicidado en los atentados, en un modus operandi muy diferente del utilizado en Madrid, donde los terroristas se bajaron de los trenes antes de que las bombas estallaran.
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