Jueves, 12 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6325.
ÚLTIMAS NOTICIAS TU CORREO SUPLEMENTOS SERVICIOS MULTIMEDIA CHARLAS TIENDA LOTERÍAS
Primera
Opinión
España
Mundo
Ciencia
Economía
Motor
Deportes
Cultura
Comunicación
Última
Índice del día
Búsqueda
 Edición local 
M2
Catalunya
Baleares
 Servicios 
Traductor
Televisión
Resumen
 de prensa
Hemeroteca
Titulares
 por correo
 Suplementos
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economía
Motor
Viajes
Salud
Aula
Ariadna
Metrópoli
 Ayuda 
Mapa del sitio
Preguntas
 frecuentes
Ver lo que tenemos delante de nuestras narices requiere una lucha constante (George Orwell)
 OPINION
TRIBUNA LIBRE
Lección del Reino Unido para resolver la crisis iraní
VALI NASR / RAY TAKEYH

Con la captura de 15 soldados de Marina británicos y su posterior liberación, Irán ha enviado a sus adversarios un agudo mensaje: de la misma manera que la República Islámica responderá a la confrontación con confrontación, actuará con pragmatismo ante lo que perciba como flexibilidad. Merece la pena tener en cuenta este mensaje en un momento en el que Estados Unidos e Irán parecen estar acercándose inexorablemente al conflicto abierto.

La fecha de la captura de los británicos no fue accidental. El incidente se produjo justo después de una resolución de Naciones Unidas en la que se censuraba a Irán por sus infracciones nucleares, del despliegue de portaaviones estadounidenses en el Golfo Pérsico y de la sanción de EEUU a los bancos iraníes. Aunque el Gobierno de Bush se ha ocupado de proclamar que su política cada vez más antagónica en relación al régimen de los ayatolás está siendo un éxito, el nada sutil comportamiento de Teherán en el Golfo Pérsico sugiere otra cosa muy distinta.

De haber seguido los británicos el ejemplo estadounidense tras la captura de los marines, habrían agudizado el conflicto presionando con más fuerza en Naciones Unidas o enviando más barcos a la zona. En lugar de hacer esto, el Reino Unido moderó su retórica e insistió en que la diplomacia era la única forma de resolver la crisis. Los iraníes entendieron esto como una muestra de pragmatismo por parte de Londres y respondieron de la misma manera.

Mientras tanto, EEUU lleva ya dos meses poniendo en práctica su política de coerción, y uno lo tiene difícil para encontrar alguna evidencia de que esté siendo un éxito. Más allá de su decisión simbólica de capturar a los soldados británicos, sigue imperturbable la postura intransigente de Irán en lo que se refiere al tema nuclear. Para subrayar este punto, Irán ha reducido su nivel de cooperación con la Agencia Internacional de la Energía Atómica, ha emitido un nuevo tipo de papel moneda adornado con un emblema nuclear, y este lunes el presidente Ahmadineyad anunció que su país ya enriquece uranio «a escala industrial» -lo que según numerosos expertos le permitiría tener la bomba atómica en un plazo de sólo nueve meses-.

Además, aunque Irán se ha mostrado dispuesto a hablar con Arabia Saudí, especialmente en lo que respecta al Líbano, tampoco aquí ha cedido un palmo de terreno. De hecho, las preocupaciones del reino wahabí -que fueron trasladadas al principal interlocutor de Irán en las conversaciones nucleares, Ali Lariyani, durante su visita a Riad el pasado mes de enero- no han obtenido respuesta. Y, cuando se suponía que la reunión de los países vecinos de Irak -celebrada el pasado 10 de marzo en Bagdad- iba a llevar a la mesa a un Irán aleccionado por el ejemplo de la invasión de su vecino, sucedió todo lo contrario. Lejos de mostrarse complaciente, Irán tuvo la audacia de pedir una hoja de ruta para la retirada de las tropas estadounidenses de Irak. En cualquier caso, la reunión resultó interesante porque puso de manifiesto la influencia de Irán en la región y su importancia para el futuro iraquí.

Estados Unidos tiene ante sí una clara alternativa: o aumentar su política de confrontación o adoptar una de compromiso. Lejos de detener la amenaza iraní, lo más probable es que una escalada en el conflicto supusiera más peligro incluso para EEUU. Dado el equilibrio de poder vigente en la región, un enfrentamiento continuado con Irán cargaría a la superpotencia americana con la obligación de permanecer indefinidamente en el Golfo Pérsico y desplegarse en otras zonas de disputa en medio de un ambiente de creciente radicalismo. Situaría, en definitiva, a Estados Unidos en el centro de los conflictos de la región, haciéndolo más vulnerable al extremismo ideológico y al terrorismo, tanto dentro como fuera de sus fronteras.

Además de estos problemas, una política de confrontación continuada también complicaría su estrategia en Irak. De la misma manera que los suníes iraquíes mantienen lazos políticos y culturales con los estados árabes suníes y buscan apoyo en ellos, sus compatriotas chiíes confían y dependen de Irán. Una alianza entre Estados Unidos y los gobiernos árabes de tendencia suní para eliminar la influencia iraní en Irak será interpretada como parcial y contraria a los chiíes, y no obtendrá el apoyo del Gobierno -de mayoría chií- del que depende el éxito de la nueva estrategia estadounidense en este país.

Desde que Estados Unidos entró en Irak en 2003, Washington se ha venido quejando de las intromisiones de Irán y de su relación con las milicias y los grupos radicales. Aun así, Irán, mucho más que cualquiera de los regímenes árabes suníes, ha apoyado también al Ejecutivo iraquí y al proceso político que lo llevó al poder. Si Irak intentara excluir a Irán y reducir su influencia en la región, este último perdería todo su interés en el proceso iraquí y podría desempeñar un papel mucho más desestabilizador. Por eso, la política que se está llevando a cabo actualmente no aminorará la amenaza que supone Irán sobre Irak, sino que, la incrementará.

Además, un conflicto entre Estados Unidos e Irán socavaría la estabilidad de la región, pondría en peligro los ingresos económicos de los emiratos del Golfo Pérsico y exacerbaría a la opinión pública musulmana. También radicalizaría a la teocracia iraní y, lo que es más importante, a su ciudadanía.

Hoy por hoy, Irán ve que la estabilidad regional favorece sus intereses. A finales de los 80 abandonó el objetivo de exportar su revolución a los países vecinos del Golfo Pérsico y, desde entonces, actúa como una potencia de hecho. Busca aumentar su influencia dentro de la estructura de poder que existe en la región. A lo largo de la década de los 90, mejoró las relaciones con sus vecinos y, en particular, las normalizó con Arabia Saudí. Irán respaldó la estabilización de Afganistán en 2001 y la de Irak durante la fase inicial de la ocupación. Un eventual conflicto cambiaría la orientación que viene siguiendo la política exterior iraní, y esto sería un cambio a peor que depararía una mayor confrontación.

Una política juiciosa y de compromiso requiere paciencia y debe comenzar por un cambio fundamental en el estilo y el contenido de la diplomacia estadounidense. El avance en las relaciones con China durante el Gobierno de Nixon se produjo siguiendo esa deriva. Pekín respondió favorablemente al compromiso sólo después de dos años de gestos unilaterales por parte de Estados Unidos. Como parte de un esfuerzo similar en relación a Irán, EEUU debería intentar crear un ambiente diplomático más adecuado tomando iniciativas que vayan horadando poco a poco los muros de la desconfianza.

Washington debería empezar por poner fin a sus provocadores despliegues navales en el Golfo Pérsico, aflojar su empeño en que los bancos europeos y asiáticos no inviertan en Irán e invitar a los representantes iraníes a todas las conferencias regionales e internacionales que traten sobre Oriente Próximo. Paralelamente a estos pasos, también tiene que transformarse el lenguaje de la diplomacia estadounidense. El Gobierno no puede proponer negociaciones mientras fustiga a Irán considerándolo parte de un «eje del mal» o como el «banco central del terrorismo» y trata de fomar una alianza regional para contrarrestar la influencia iraní.

Cuando se haya creado un ambiente más apropiado, EEUU debería proponer un diálogo sin condiciones con el objeto de normalizar las relaciones. Durante demasiado tiempo, las conversaciones propuestas se han centrado en los temas que interesan a los estadounidenses: la proliferación nuclear e Irak. Un enfoque más completo debería incluir todos los desencuentros que existen entre los dos países y referirse también a los intereses regionales de Irán.

En el tema nuclear, Irán debería acceder a someterse a un régimen riguroso de inspecciones para certificar que su material nuclear no se desvía a propósitos militares. Mientras tanto, una relación de cooperación entre ambas partes beneficiaría la estabilidad en Irak, donde Teherán y Washington apoyan al mismo Gobierno, dirigido por los chiíes.

Tras 28 años de sanciones y contención, es hora de reconocer que la presión no ha moderado la conducta de Irán. La liberación de los prisioneros británicos muestra que la República islámica todavía está dispuesta a suavizar su ideología con un poco de pragmatismo. Una política de compromiso paciente transformará el contexto y podría llevar a Irán a contemplar las relaciones con Estados Unidos como algo que redunda en su propio beneficio. Sólo entonces Teherán seguirá un nuevo camino, dentro y fuera de sus fronteras.

Vali Nasr es profesor de Ciencia Política irano-americano y Ray Takeyh es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los

think-tanks

más influyentes de EEUU.

recomendar el artículo
portada de los lectores
copia para imprimir
Información gratuita actualizada las 24 h.
 SUSCRIBASE A
Más información
Renovar/Ampliar
Estado suscripción
Suscríbase aquí
Suscripción en papel
  Participación
Debates
Charlas
Encuentros digitales
Correo
PUBLICIDAD HACEMOS ESTO... MAPA DEL SITIO PREGUNTAS FRECUENTES

elmundo.es como página de inicio
Cómo suscribirse gratis al canal | Añadir la barra lateral al netscape 6+ o mozilla
Otras publicaciones de Unidad Editorial: Yo dona | La Aventura de la Historia | Descubrir el Arte | Siete Leguas

© Mundinteractivos, S.A. / Política de privacidad