RAUL DEL POZO
Un líder de Atenas, para mantenerse en el poder, explotó el ingenioso ardid del ostracismo-que recibió su nombre del ostrakon (significa casco de vasija o caparazón de tortuga)-. El votante escribía el nombre de los políticos de los que quería deshacerse. Fue Clístenes el que ideó esa estratagema contra la oligarquía, la riqueza y la tiranía y propuso una nueva estructura de poder, que se llamó isonomía, para que todos los ciudadanos fueran iguales ante la ley. Fue una revolución democrática, de izquierdas en la mentalidad contemporánea.
Desde que Zapatero ganó las elecciones tramaron una reforma clisténica, que los nacionalistas llamaron Pacto de Tinell, y que consiste en estigmatizar, repudiar y desacreditar al PP. Les mangonean las mayorías donde ganan, les hostian en las nacionalidades, queman sus sedes en las jornadas de reflexión y encima les acusan de crispar al país. Es verdad que algunos dirigentes populares van más negros que la tinta. Son unos lirios, exageran, nos recitan bravatas, anuncian catástrofes y asoman en la televisión cada telediario como las calaveras y las tibias de los transformadores eléctricos. Afean lo mismo que ellos hicieron con 'Ternera' cuando estaban en el machito. A los del PP les quitaron la cartera en Atocha y ahora se la quieren levantar en la oposición, lo cual no sería ninguna catástrofe, dado lo brasas y palizas que son.
A pesar de todo, no creo que esos intelectuales de guardia que reflexionan en vísperas de las elecciones municipales y generales quieran achantar al mirlo, en este caso a la gaviota del PP. Los intelectuales se muestran preocupados por la que llaman derecha destructiva y caudillista. Con escaso dandismo intelectual, no critican al Gobierno, sino a la oposición, a pesar de que el compromiso suele apuntar contra el poder y que las encuestas anuncian que el PSOE ganará las elecciones.
¿Representa hoy en España el PP la facción dineraria, aristócratica, oligárquica y caudillista? Más bien los patronos y jefes de la isonomía son los verdaderos millonarios. Pero los intelectuales también valoran la convivencia; aunque no lo dicen expresamente, se deduce que son los de la oposición los que han logrado la imagen de un clima crispado que no obedece a la situación real. Critican la apropiación partidaria de las banderas e himnos, les inquieta la abstención y analizan con optimismo la situación de España: la economía va de cine, el paro disminuye, las libertades avanzan. No hay más que un partido de oposición y a los intelectuales les parece demasiado. No es necesario que el septentrión los lance, ¡los bárbaros ya están en España!, decía el padre Miguélez. Si como temía Azaña, los bárbaros ya están en las calles y el peligro derechista se encandila por muchos cebos, si la reacción se encabrita y alzan la cerviz soberbia, la crispación y el despecho, los intelectuales parecen preguntarse: ¿Por qué no arrojamos a 10 millones de derechistas por el despeñaperros del ostracismo?
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