Esas fotos que ya no se colocan en los álbumes porque salen reflejos extraños o con claroscuros entorpecedores, con las caras tapadas por cortinas inoportunas o con un poste interponiéndose entre el señor y el objetivo son las preferidas de Lee Friedlander.Es más, las busca y las provoca. Este fotógrafo estadounidense explota tan bien las bromas visuales que su obra se cuelga en los museos.
Desde el MoMA de Nueva York llega precisamente a CaixaForum la mayor exposición antológica de Lee Friedlander, con 500 imágenes que recorren su historial fotográfico desde los años 60 hasta la actualidad. No todas las imágenes contienen bromas visuales, pero el juego de espejos, de sombras proyectadas en otras personas, de reflejos que generan superposiciones está presente en toda su trayectoria, marcada por un objetivo concreto: reflejar, con sus claroscuros y sus contradicciones, el paisaje social de EEUU, con las personas y las ciudades como protagonistas.
«Su obra es un catálogo inteligente de errores fotográficos, llegando a crear un universo paralelo. A principios de los 70 sus fotos cambiaron, eran más transparentes y sutiles, pero el espíritu juguetón nunca ha desaparecido», explicó ayer Peter Galassi, comisario de la exposición y conservador jefe del Departamento de Fotografía del MoMA.
Desde luego, el humor está muy presente en su obra. Sólo hay que ver la serie dedicada a los monumentos que hay dispersados por la geografía norteamericana. «Friedlander trata los monumentos con respeto, pero también con ironía. Esta serie es un ejemplo paradigmático de su obra», resumió Galassi. Ante el comisario, una estatua de Roosevelt aparece semiescondida tras unos árboles, con la mano alzada, como reclamando más visibilidad; la escultura de un caballo con la cabeza baja se supone que homenajea a Tom Mix, el primer cowboy del cine; el monumento en honor al padre Dulfy, que ayudó a los soldados en la I Guerra Mundial, ha acabado engullido por los anuncios luminosos de Times Square; y en Sant Louis parece que alguien está meando desde una ventana del Palacio de Justicia, gracias a la trayectoria de un arco que le concede a Friedlander la posibilidad de gastar una broma visual muy ingeniosa.
Ingeniosa es también la manera como Friedlander se autorretrata sin aparecer ante el objetivo. En la serie de fotos que se hizo a sí mismo a finales de los 60, aparece en un espejo escudado detrás de su Leika o reflejado en cristales de escaparates y bares o proyectado en forma de sombra en abrigos de mujeres.
No era la primera vez que jugaba con los retratos. Lo había hecho antes, creando una curiosa serie de instantáneas de personas que no son de carne y hueso, sino que aparecen en la televisión.El televisor ha sustituido al tradicional marco.
Otra de las series que no deja indiferente es la de los desnudos, de los años 80. Estas fotos son en color y muestra a cuerpos desnudos, femeninos, en diferentes posiciones, desde la más habitual (tipo Marilyn Monroe en Playboy) hasta otras más contorneadas.El caso es mostrar el sexo femenino en su plenitud. A veces con cara. Otras sin. Pero siempre se trata de desnudos cercanos, de personas de a pie, no de esas que sólo existen en los anuncios.
La última etapa de Friedlander se caracteriza por un cambio estético importante. El fotógrafo cambió la Leika por una Hasselblad Superwide, de formato cuadrado, que permite captar más detalles y más amplitud de fondos. El paisaje recobra una nueva vida a los ojos de Friedlander y el último recorrido por la exposición es mejor no hacerlo a oscuras: las paredes están llenas de fotos de árboles muertos, en entornos desérticos del Oeste americano, a los que el sol y la falta de agua les ha quitado la vida.