ALBERT MARTIN
De vez en cuando el Dios del Fútbol envía una señal a los mortales.Sus designios, habitualmente inescrutables, se han comprendido con nitidez esta semana.
Todo empezó el domingo con la victoria del Real Madrid ante Osasuna.Por increíble que parezca, los hombres de Capello se situaron a tiro de piedra del liderato. El conjunto blanco es al balón lo que el Anticristo al Vaticano, y ha depurado su estilo hasta el punto en que parece imposible jugar peor. Sin embargo, aferrado a la indomable ambición de Raúl y al músculo de Cannavaro, ya divisa la Cibeles.
Más caprichoso ha sido el balompié con Romario. La única leyenda en activo del fútbol se ha empeñado en alcanzar los 1.000 goles y para ello ha arriesgado -y perdido- su credibilidad. El hombre que maravilló al mundo y dejó en Barcelona una legión de niños obsesionados en vano con el arte de la vaselina dice llevar 999 tantos, pero el definitivo se le ha resistido hasta en cuatro ocasiones. Para mayor escarnio, en su último y fallido intento el resultado final fue de 4-4.
Pero ha sido en la Champions donde el fútbol ha revelado su auténtico mensaje. Los cuatro semifinalistas pertenecen a multimillonarios.George Gillett (medios de comunicación) y Tom Hicks (inversiones de todo tipo) en el Liverpool, Abramovich (magnate del petróleo) en el Chelsea, Malcolm Glazer (potentado inmobiliario) en el Manchester y Silvio Berlusconi (también vinculado a los medios) en el Milan han demostrado que el romanticismo futbolero está de capa caída.
Sobre el campo, sólo el Manchester tiró de calidad para plantarse en semis: el Chelsea se agarró a la potencia de sus africanos, el Liverpool a la solidez de un sistema no apto para claustrofóbicos, y el Milan pasó de la mano de la profesionalidad de sus veteranos usureros. Así las cosas, las dos plazas para Atenas se dirimirán en una prueba de halterofilia con participación de Sissoko, Terry, Heinze y Gattuso.
Pero lo más preocupante de la semana se ha visto en el Camp Nou, donde una afición tradicionalmente entregada a la sensualidad del juego ofensivo ha comenzado a contar fanáticamente las ausencias de sus cracks a los entrenamientos, como si fueran maratonianos, funcionarios del sudor o simples autómatas.
Si Laporta, Txiki y Rijkaard escucharan con atención estas señales, tomarían rápidamente un par de decisiones: fichar a un portento físico del estilo de Essien para la frágil medular barcelonista y recurrir a un central tipo Carragher para cuando Márquez se olvida de sí mismo. De ese modo, Ronaldinho podría pasear ociosamente por el gimnasio, sin otra preocupación que la de calzarse la sonrisa los domingos y llevar algo de poesía a las trincheras del fútbol.
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