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La violencia hacia un ser humano debe ser tan aborrecible como comer la carne de otro (Martin Luther King) |
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AQUI / NO HAY PLAYA |
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Jaqueca y obsesión de una presidenta |
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Borja Hermoso
Almuerzo en la Casa de Correos. Esperanza Aguirre recibe a destiempo, pero no es culpa suya, sino de su cabeza, tiranizada por una jaqueca de las de agárrate, Julia, que volcamos. O sea, resulta que hasta los supermanes y las superwomans son humanos, aunque estén en campaña. La presidenta está malita. Ya por la mañana, el jaquecón traidor ha obligado a la ubicua y omnipresente presidenta a decir nones a la mismísima Ana Rosa Quintana, que ya es decir nones. La noche anterior, Aguirre había concedido una entrevista de hora y cuarto a Alfredo Urdaci. No está científicamente comprobado que esto tuviera que ver con la jaqueca. La presidenta había comido mucho chocolate, y nadie le culpará de ello, que el chocolate da endorfinas y hasta sustituye, dicen, las carencias del amor, o del sexo, que no es lo mismo, pero es igual. Y el sexo, perdón, las endorfinas, no tienen color político. Tampoco el trasiego de chocolate, adicción honorable donde las haya en un mundo de tanta adicción proscrita.
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La anfitriona del lugar llega tarde pero llega, lo que le honra. Come espárragos, bebe vino, habla por el móvil y le echa la culpa de la jaqueca a Urdaci, perdón, al chocolate. Es cercana y franca -con perdón-, alaba los puros, el flamenco y los toros, sonríe y ríe, pregunta y contesta, y la jaqueca parece haber hecho mutis del todo cuando uno de los juntaletras comensales, ya en el momento de la despedida en el vestíbulo de la Casa de Correos, mira hacia la calle, ve a unos japoneses haciendo fotos y le espeta una coña que para sí la hubiese querido Gila: «Pero Esperanza, ¡no me digas que alquilas japoneses para cada vez que vas a salir a la calle!».
Pero, ay, la presidenta tiene una obsesión. Y las obsesiones, que son malas compañeras de viaje, sí que acaban dando dolor de cabeza. Siguiendo adelante con el silogismo, podría determinarse que la obsesión que tiene en la cabeza Esperanza Aguirre es la que le ha provocado el dolor de idem. Esa obsesión se llama Gallardón, y eso no es un ripio, sino constatación. Tú le preguntas a la presidenta -que tiene pinta de ser más divertida que el alcalde- por el alcalde, y se le pone cara de obsesión. Tú le inquieres sobre si le gusta más el vino blanco o el tinto y responde: «Es que Gallardón». Tú le lanzas algo sobre qué piensa hacer el PP con el boicot a Prisa y te contesta: «Pues Gallardón tal y cual Pascual». Hay amores que matan y desamores que obsesionan. Y luego está la clave. La clave de cómo se ganan unas elecciones. Esperanza Aguirre la tiene. No está en la aprobación de leyes. No está en la construcción de viviendas de protección ni de transportes públicos. No está en las endorfinas ni en el sexo ni en el chocolate. «Haciendo obras públicas no ganas ni un voto. Los votos te los da la cercanía. Los besos y los abrazos a la gente. Así se ganan las elecciones». Ay, pero qué dolor de cabeza.
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