BEATRIZ PULIDO
QUÉ: Presentación oficial en España de Mister Mundo.
CUANDO: Ayer por la mañana, en el Asador de la Esquina.
INTERÉS: Es el primer español que obtiene el título.
No hay demasiadas estrellas del balón o de otros universos paralelos que despierten tanto interés como el que suscitó ayer aquella presencia apolínea con ojos de estanque y sonrisa de marfil. Tampoco se han dado otros casos de españoles que hayan conseguido el título de Mister Mundo, todo hay que decirlo. Ni el hombre despierta tanto entusiasmo como la mujer, habría que preguntarse por qué.
A duras penas y con cierto fastidio, el redactor buscaba, anotaba, resumía sus palabras, porque para ello había que retirar los ojos de aquel cuadro que la Naturaleza ha forjado empleando sabiamente el pincel de la genética: cincelando una mandíbula cuadrada, perfecta, luego colocándole los rasgos en el lugar preciso e inundándole los ojos de agua, que en España andamos siempre a cuestas con la sequía. Encima se llama Juan García y es andaluz (de Málaga). Si a todo esto se le añaden sus 26 años, la planta de un metro y 91 centímetros, bien enraizada en el suelo (y que no se ahogue en el fango de la fama) y mucha simpatía, había unas cuantas razones para no dejar de mirar.
El que hasta ahora era Mister España (a secas) apareció de repente, con el cabello negro engominado, un aspecto fresco, como si acabara de salir de la ducha o de descender de la nube a la que dice estar aún subido. La tenue iluminación sumía sus rasgos en una larga y absurda duda; de ahí las quejas de todos los presentes que sacaron de la mochila focos para poder verle mejor.
Ostenta la corona desde el pasado 31 de marzo cuando se la impusieron en Sanya (China), después de someter a los candidatos a mil pruebas. «Cuando aterricé en el aeropuerto y vi la cara de mi padre supe que había merecido la pena. Ésa fue la mejor recompensa».
Empieza ahora a digerir lo que se le viene encima: con un pie tirándole hacia su Málaga natal, su familia y sus amigos, y el otro lanzándole muy lejos de su tierra. La cabeza le grita que ahora es su momento y no quiere perder la oportunidad: «Me gustaría estudiar Arte Dramático, aunque no descarto presentar un programa de televisión o seguir desfilando. Ahora no quiero parar».
Ya no hay más preguntas pero nadie se mueve de la sala, ni se apagan las cámaras, ni se cierran los cuadernos. Aquello es una mirada larga y contenida: «¿Qué?», suelta con gracia el malagueño. Por fin reaccionan los asistentes. Los flashes terminan de despertar los ojos azules del muchacho.
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