Música. Ya lo cantaban los Smiths: cuelga al 'DJ'. Madrid se acuerda de nuevo de quienes hicieron carrera encadenando en directo canciones con criterio y buen gusto. Tanto es así, que los tipos de vasta cultura musical, poco técnicos aunque mañosos, ya copan los locales más 'in' de la capital.
Los más viejos del lugar o los jóvenes que hayan visto la película El abuelo yeyé recordarán que quien ponía discos en las fiestas era el apocado, el tímido, el que no ligaba, el que a lo mejor hasta leía... En definitiva, el adolescente raro que se quedaba en su rincón poniendo las lentas mientras la guapa de la pandilla (de la que él estaba enamorado en secreto) y el guaperas/chulo/futuro maltratador de turno se metían mano mutuamente. Sí, el pinchadiscos era el marginado y muchos intelectuales triunfadores suelen contar -en la misma línea que las modelos aseguran, para parecer humanas, que eran feísimas de pequeñas- la triste anécdota de sus tardes de guateque pinchando los éxitos de sus ídolos, mientras el resto de sus amigos aprendían a aparearse.
En los años 90, con la revolución del techno, todo eso cambió. Los pinchadiscos se convirtieron en DJ, quienes en lugar de poner canciones una detrás de otra con cierto tino, creaban nuevas composiciones y hablaban de la técnica del cut up y el collage. Ser DJ se convertía en algo increíble, emocionante. Era la nueva élite, sólo comparable a las estrellas del rock, los jugadores de fútbol o la top model. Se trataba de una profesión de triunfadores.
Pero estaba claro, era imposible que las canciones, con sus melodías, con sus instrumentos tocados por humanos y con su capacidad para evocar sentimientos, quedaran del todo desterradas de la faz del nightclubbing. Así que en el siglo XXI las aguas han vuelto a su cauce. Los grandes artistas del techno ocupan su sitio y determinadas sesiones de discotecas y locales se han especializado en la música electrónica. El pinchadiscos, el tipo con una vastísima cultura musical y pocos conocimientos técnicos ha vuelto a imponerse ahora. Eso sí, despojado del tono peyorativo de hace 30 años.
Leyendas de la radio musical como Jesús Ordovás, Juan de Pablos o Diego Manrique rompieron ese hielo con sus sesiones en Siroco (San Dimas, 3) o La Vía Láctea (Velarde, 18), dos locales míticos en los que las canciones han sido siempre las protagonistas. Lo mismo ocurre en otros recintos, como el Nasti (San Vicente Ferrer, 33) o el Wild Thing Bar (Martín Machío, 2).
Estos profesionales aprovechaban fiestas como las de Vampisoul o Flor de Pasión para compartir su extensa colección de discos y esos conocimientos que sólo se pueden adquirir con años, inteligencia y dedicación. Otros nombres determinantes han sido Paco Clavel o el ya fallecido rey del garaje malasañero, Kike Turmix, en una línea afín con Fernando Pardo, al que se puede ver y oír habitualmente en La Boca del Lobo (Echegaray, 11).
Y aunque todos ellos han ayudado a mantener en Madrid esa llama, lo cierto es que hay varios locales donde los pinchadiscos vuelven a reinar. De entre los más nuevos, destacan el Wurlitzer Ballroom (Tres Cruces, 12), el Tempo (Duque de Osuna, 8), el Independance Club (Barquillo, 29), el Costello (Caballero de Gracia, 10) y el Supersonic (Melendez Valdés, 25), todos ellos en el centro de Madrid.
El Wurlitzer Ballroom (más conocido como el wurli) sigue la línea musical del antiguo local de sus dueños, el Morgenstern de la calle de Manuela Malasaña. Con programación diaria de conciertos, la música que suele oírse está cerca del rock y el power pop. El público es, digamos, tirando a malasañero, como si el barrio se hubiera extendido más allá de la otra orilla de la Gran Vía. Alvaro es, sin duda, uno de los clásicos en lo que a pinchar se refiere, pero también hay que destacar a otro habitual del local, Samuel, una enciclopedia del rock del siglo XX y periodista musical.
Siguiendo la estela de los pinchadiscos esenciales, hay que mencionar a DJ Bombín. Cuando los ritmos latinos de los 50 y el jazz bailable, el dub, el latin soul y otros sonidos mestizos y deliciosamente añejos se miraban por encima del hombro, DJ Bombín allí seguía defendiéndolos y alternando su trabajo a los platos con el de escritor, desentrañando los secretos de su oficio en el libro 33 Revoluciones. Actualmente se le puede ver en La Boca del Lobo, en el Tempo u otro club mítico por el que han pasado algunos de los mejores pinchadiscos de la ciudad y cuna del colectivo Jazzin Club: el Katmandú (Señores de Luzón, 3).
También en La Boca del Lobo se puede disfrutar de otra leyenda como DJ Floro, ahora centrado en su proyecto Afrobeat (su estela es alargada: para seguirle lo mejor entrar en www.djfloro.net).
Más centrados en el pop (en el brit pop, más concretamente), en el sonido Madchester y en revisar todo lo británico de los 60, 80 y 90 están clubes como el Independance Club, el Costello o el Supersonic (sin duda, el bar con la mejor cartelería de la ciudad). En Costello, a la hora del café, los sonidos son tranquilos. Su gran fuerte son los conciertos. Pero cuando no hay música en directo, el espectro sonoro es ecléctico. En su top ten tienen a Curtis Mayfield, Stone Roses o Beck. Canciones con su principio, su final, su parte A, su parte B y su estribillo.
PINCHADISCOS EN ACCION:
Wurlitzer Ballroom (Tres Cruces, 12).
Tempo: (Duque de Osuna, 8).
Independance Club: (Barquillo, 29).
Costello: (Caballero de Gracia, 10).
Supersonic: (Melendez Valdés, 25).
Katmandú: (Señores de Luzón ,3).
La Boca del Lobo: (Echegaray, 11).