Sábado, 14 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6327.
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Oscar Wilde entra por primera vez en el TNC con 'El abanico de Lady Windermere'
Tras el éxito de 'Un matrimoni de Boston', Mestres repite con una comedia de doble moral
LETICIA BLANCO

BARCELONA.- «Primero son las maneras y después la moral», escribió la elegante e incisiva pluma de Oscar Wilde. La cita es una de las innumerables perlas que contiene El abanico de Lady Windermere, que supone la entrada por la puerta grande del dramaturgo inglés en el Teatre Nacional de Catalunya (TNC).

La gran apuesta de la temporada del TNC se podrá ver desde el próximo 19 de abril hasta el 10 de junio y está dirigida por Josep Maria Mestres, quien ha trasladado esta historia de doble moral que transcurre en la época victoriana a la década de los 20 por varias razones: para «desligar tanto física como metafóricamente del corsé a los personajes femeninos», explicó Mestres, y para rendir homenaje al cineasta Ernst Lubitsch, que ya adaptó el texto al cine en una cinta muda en 1923.

El punto de partida de El abanico de Lady Windermere es, a primera vista, la historia de una infidelidad matrimonial (llena de situaciones cómicas y de enredos) en el seno de una sociedad marcada por una estricta moral.

Pero tras el mcguffin del adulterio se esconde mucho más. La actriz Carme Elías interpreta a la señora Erlynne, una mujer de dudosa reputación por haber escogido su libertad (como la condesa Olenska de La edad de la inocencia) que visita con demasiada frecuencia al marido de Lady Windermere, que interpreta Sílvia Bel.

Atormentada por las sospechas de que su marido le es infiel, Lady Windermere se embarca en un profundo viaje de autoconocimiento personal que le hará darse cuenta de que la sociedad en la que vive está en realidad llena de prejuicios, tanto a nivel individual como colectivo. El personaje de la Duquesa de Berwick (interpretado por Teresa Lozano) es el exponente máximo de esa sociedad que no permite que nadie sea diferente o, simplemente, feliz, y hace todo lo posible para evitarlo.

«La doble moral no es patrimonio exclusivo de la época victoriana, por eso pensamos que tenía sentido representar el texto», afirmó Mestres, quien calificó al texto, escrito por Wilde en 1891, como «una fiesta de la emocionalidad y la intelectualidad. Es un regalo para el espectador. La pluma de Wilde excita, estimula y al mismo tiempo divierte».

Entre el reparto también se encuentra David Selvas, que se ha metido en la piel del marido de la protagonista. Y Abel Folk, que vuelve al TNC tras años dedicado a la dirección teatral y al cine en el papel de Lord Darlington. «La obra refleja que aunque la vida es una mierda existe la posibilidad de la pureza, de la bondad. No es un texto naturalista, pero habla de sentimientos y de emociones, y demuestra que a través de un estilo artificioso como el de Wilde también se pueden llegar a mostrar sentimientos muy profundos», explicó Folk. El día del estreno de la obra coincidirá, además, con la première de El coronel Macià, donde Folk interpreta a Francesc Macià.

Para Mestres, la obra condensa la esencia provocadora y shakespeariana de Wilde. «Está llena de aforismos, epigramas y paradojas al más puro estilo de Wilde», contó el responsable del montaje, quien reconoció encontrarse muy cómodo en esa tesitura de comedia ácida con diálogos de salón excesivos y llenos de vitalidad tras el éxito de la adaptación de Un matrimoni de Boston. «Aunque Un Matrimoni... es de Mamet, estaba escrita al más puro estilo wildiano, fue toda una introducción en su universo. Ha sido una suerte poder dirigir un original y espero que no sea mi último proyecto con relación con el mundo de Oscar Wilde».

El abanico de Lady Windermere fue un éxito rotundo desde su estreno en 1892. Sin perder nunca el espíritu cómico, el autor de El retrato de Dorian Gray volcó en este texto sus propios recelos sobre el doble rasero de una sociedad que no tardó en pasarle cuentas: poco después, Wilde fue acusado de sodomía y condenado a dos años de trabajos forzados en una cárcel. Fue el inicio de su debacle. Años después, a la edad de 46, Wilde moriría sumido en el olvido y la precariedad más absoluta en París.

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