Sábado, 14 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6327.
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 CULTURA
DIARIO LIBRE
Que Cuba se abra al mundo, que no cierre su prensa libre
RAUL RIVERO

'Vitral' fue el nombre de un milagro de periodismo libre en la Cuba de los últimos 13 años. Sus días, era inevitable, han terminado, sin que la institución que la cobijó, la Iglesia, haya encendido una vela por ella

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Martes

Peza, receta para el olvido

Aquí está el retrato rápido de un poeta que fue conocido en su época (1852-1910) como el gran cantor del hogar y la patria. Sólo que la mujer que amaba lo abandonó y perdió la casa y la familia. Y que, aunque nació y murió en México, sus años de vida en Madrid, su integración en la sociedad española y su manera de escribir han hecho que muchos lectores de Hispanoamérica creyeran siempre que era un romántico originario de algún punto perdido en la Península.

Ése es Juan de Dios Peza. El hijo de una familia conservadora que fue más liberal que nadie, el estudiante que inició varias carreras, hasta la de médico, y no terminó ninguna. El poeta desbordado, incontinente, con la pluma de guardia a toda hora dispuesta a la hemorragia y a la declamación. Un autor al que hay que leer ahora con un microscopio y unas pinzas para salvar unos cuantos poemas después de haber sido uno de los escritores más famosos del continente.

Se quedó en el halago. Se refociló en la pesadumbre y en los tormentos de su vida nómada, baracutey, como se dice allá, se aficionó al aplauso y a las frases rimbombantes de los salones del cambio de siglo. Con esas inundaciones de saliva, arrasó con el valor de su obra poética y puso en evidencia las calidades de su periodismo y su ensayística.

Eso es injusto porque fue un periodista natural, muy buen observador y de mano ligera. En México publicó sus Recuerdos de España y, para contribuir a que se conociera aquí la obra poética de sus contemporáneos, editó en Madrid (trabajó en la Embajada de su país muchos años) una antología de poesía titulada La lira mexicana.

Fue el fundador de la primera sociedad de autores mexicanos y la firma de libros como Hogar y patria, El arpa del amor, Recuerdos y esperanzas, La lira de la patria y Vinos festivos. Su poesía se tradujo al japonés.

A estas alturas, el poema que realmente se recuerda de Juan de Dios Peza en América, nada más que tiene vigencia en los viveros de perdedores profesionales que pueblan las tabernas de rones y tequilas, en las tertulias de solterones con cultura de abogados de los años 50 y en los círculos de los avispados poetas posmodernos. El poema se llama Reír llorando.

Es la historia de un hombre muy triste que va a un médico porque tiene un ataque depresivo. Después de la consulta, el galeno le dice al paciente que sólo viendo al gran actor David Garrick, el enfermo podrá curarse.

Yo soy Garrick -responde el enfermo- Cambiadme la receta.

Ésa es la herencia elemental de Peza para la poesía del continente. Hay poemas notables que se han quedado en viejos ensayos y en cursos académicos. En las raleadas reservas de amantes de la llamada poesía popular, es esa extraña consulta psiquiátrica lo que queda de Peza que, por cierto, en los últimos años se ganaba la vida como profesor de declamación y diputado mexicano.

Los cuatro versos finales, que vienen con el sello de la fatalidad, son estos: El carnaval del mundo engaña tanto; / que la vida son breves mascaradas; / aquí aprendemos a reír con llanto / y también a llorar con carcajadas.

Jueves

'Vitral' es la culpable

La única publicación cubana plural, auténtica, libre del lápiz enfermo de los censores del Partido Comunista, la revista Vitral, acaba de ser clausurada esta semana con un gesto discreto -una llave interior de estrangulación- por la Iglesia católica, la misma institución que, en 1994, la abrió bajo los auspicios de la Diócesis de Pinar del Río, en el occidente, allá en lo que llaman la cola del caimán.

El equipo de redacción, que ahora se considera «diluido», escribió esta semana debajo del editorial de la última entrega que no podía garantizar más la salida de la revista «por falta de recursos»

El difunto mensual, con una tirada de 10.000 ejemplares, se editaba en el edificio del Obispado de la ciudad capital, la hacía un grupo de voluntarios dirigido por el laico Dagoberto Valdés y utilizaba, como toda maquinaria, cuatro fotocopiadores.

Vitral tuvo, desde sus primeros números, unos lectores cautivos de la verdad, la transparencia, el buen español, la agudeza, la crítica seria sin descalificaciones, la presentación de autores cerrados en los ámbitos oficiales y la mirada integral al pasado de la nación, sin exclusiones y sin prejuicios.

Sus redactores trataban complejos asuntos de la tierra profunda y se empeñaban en mantener contactos constructivos y enriquecedores con los cubanos del exilio. Uno de los temas recurrentes de Vitral fue la unidad de la familia y la necesidad de que los cubanos tuvieran oportunidades de trabajo y libertades para que pudieran permanecer en el país donde nacieron, donde tienen su Historia y su cultura.

El ingeniero agrónomo Dagoberto Valdés, director de Vitral, alcanzó, gracias a su labor en la publicación, una curiosa especialidad en la empresa estatal de tabaco donde trabaja. Allí lo degradaron a técnico en yaguas, lo que significa que recoge las pencas de tejido fibroso de la palma real que se usan para envolver el tabaco en rama. El ingeniero tripula cada mañana, junto a una brigada de campesinos, un carretón escorado que tira una yunta de bueyes; con él sale a recorrer los palmares de la región.

Valdés fue atacado por la prensa oficial con frecuencia y, con mucha originalidad, catalogado como un agente al servicio de una potencia extranjera.

En coordinación con el Centro de Formación Cívica y Religiosa (hoy por hoy, en el limbo) la revista convocó durante los últimos 10 años un premio literario (poesía, cuento y ensayo) cuya propuesta a la hora de examinar las obras era la calidad de los textos. Amir Valle, José Pratt Sariol, Antonio José Ponte y otros escritores cubanos lo saben.

Cada número de la publicación provocaba reacciones violentas y molestias en la nomenclatura cubana. Y una cierta inquietud en sectores conservadores de la Iglesia que se esfuerzan por no disgustar a los que tienen en Cuba los tanques y las pistolas, el control y el mapa de los aljibes y la llave del depósito de la harina para el pedazo de pan.

Recuerdo ahora que escribí una nota en La Habana cuando Vitral cumplió siete años. La escribí para celebrar la infancia de una publicación, a la que, a esa edad, ya le habían puesto traspiés, le habían volcado el velocípedo y la vigilaban, desde el Comité Central, los diligentes y fervorosos cuadros de la Oficina de Asuntos Religiosos.

La mantenían bajo escrutinio todos los que allá no soportan la libertad. Con ella perderían sus privilegios.

La escribí porque todos los periodistas independientes queríamos publicar allí, estar en sus páginas rústicas y libres, porque comprendimos que en aquellas hojas elementales se había empezado a escribir el periodismo que vamos a tener en la Cuba que viene.

Lo pienso todavía en esta primavera. Se puede cerrar una revista. Eso es fácil, lo difícil es borrar de la experiencia de los seres humanos el color y la música de la libertad. Vitral dio a los cubanos esos tonos.

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