RUBÉN AMON
Se entiende por síndrome Prosinecki la trayectoria errabunda y crepuscular de un futbolista inadaptado y superdotado. Superdotado en cuestiones de genio y de técnica, pero desprovisto de la arquitectura mental que requiere los compromisos funcionariales de un atleta contemporáneo o la exigencia de mostrar las habilidades a una hora y en un día concretos. Quiere decirse que Prosinecki era un futbolista iluminado y capaz de aparecerse arbitrariamente, pero su espíritu pusilánime y su afinidad a los placeres mundanos distrajeron cualquier prolongación del talento y de la precocidad juveniles. A Prosinecki había que seguirlo de estadio en estadio con la fe de un aficionado romerista. Curro Romero, se entiende, maestro de la sugestión y de la superstición a fuerza de personificar la entelequia taurómaca. «La próxima vez va a venir a verte tu madre», decía un aficionado contrariado con la enésima espantá del maestro. «Y yo también», corregía con devoción impenitente.
El paralelismo. Nicolas Anelka corría el riesgo de terminar su carrera de futbolista en un club francés de Segunda División después de haber itinerado como un actor ambulante en el Paris Saint-Germain, el Arsenal, el Liverpool, el Manchester City y el Bolton. Avatares de una trayectoria que semeja a la de Prosinecki, porque ambos aparecieron en el Real Madrid con el marchamo o la propaganda de geniales. Se lo habían ganado merecidamente en sus clubes de origen -Estrella Roja y Arsenal-, pero los dos tuvieron que marcharse del Bernabéu sin haber satisfecho las expectativas elementales ni haber conjurado los rumores maledicentes. Se decía del delantero francés que era un tipo huraño y autista. También se le atribuían problemas de personalidad y se generalizaba que su hermano mayor era una especie de pigmalión, o de psiquiatra, o de gurú, o de curandero. El problema, en realidad, consistía en que Anelka, fichado por 6.350 millones de pesetas, había anotado cuatro goles en 29 partidos.
El regreso 'bleu'. Sabemos que Prosinecki ha terminado en una caricatura cervecera y exótica de sí mismo. Anelka, en cambio, parece haber encontrado el camino de la rehabilitación en el umbral de los 28 años. Decían los diarios británicos que su cotización en la Premier League había perdido el 30%, pero los prosaicos cálculos mercantilistas comienza a corregirse. No sólo por los 10 goles que Anelka lleva anotados este año en el Bolton. También porque las lesiones de Trezeguet y de Henry permitieron que Raymond Domenech decidiera convocarlo para jugar los partidos de clasificación europeos. Fue una idea acertada e inesperada. Acertada porque Anelka dio la victoria francesa contra Lituania. Inesperada porque el corpulento ariete -sus hechuras de bailarín se han transformado en las de un boxeador- parecía resignado a su condición de apátrida.
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