Apenas 48 horas duró la escapada de Diego Armando Maradona de la clínica en que había pasado 14 días convaleciente de una hepatitis tóxica aguda por exceso de alcohol. Ayer, el ex ídolo del fútbol reingresó de urgencia en un hospital al grito de «Por favor, doctor, quíteme este dolor» y quedó ingresado.
A las cinco de la madrugada, el ex jugador se sintió mal y cogió la ambulancia que aguardaba día y noche frente a su casa. Enseguida fue trasladado al hospital público Madre Teresa de Calcuta, del barrio Ezeiza. Le acompañaba su médico de toda la vida, Alfredo Cahe, y el alcalde comunal, Alejandro Granados.
«Lo recibieron los médicos de guardia y fue internado por un fuerte dolor abdominal. Se le realizaron todo tipo de exámenes y, en principio, pudimos constatar que no es pancreatitis», informó Oscar Cicco, director del centro médico.
El doctor dijo que Maradona «estaba dolorido y manifestó un estado de preocupación. Me comentó que no comió ni bebió nada extraño. Deberá estar entre 48 y 72 horas en observación. No está en riesgo su vida».
Después del chequeo en el hospital público, Maradona y su médico intentaron volver al sanatorio Güemes del que se habían ido el martes, pero no le aceptaron. Así que terminaron en la clínica Los Arcos, donde el Pelusa quedó ingresado en la UVI, medicado y con sedantes. El último parte médico informó lacónicamente: «El paciente se encuentra clínicamente estable y se le seguirán haciendo estudios para determinar el origen de los dolores abdominales».
Por si no bastaran sus dolencias cardíacas y pulmonares, la cirugía de estómago para bajar de peso, y su pasado de adicción a la cocaína, a los 46 años el ex pibe de oro se pasó a las bebidas alcohólicas, que descompensan su salud y provocan oscilaciones violentas del estado de ánimo.
Salta a la vista que sus arranques temperamentales desbordan a todos y él hace cuanto se le antoja. Cuando llevaba dos semanas en la UVI de un sanatorio se marchó de madrugada firmando su alta médica y buscó refugio en la casa de su novia.
Durante su recuperación de sólo dos días, encerrado en esa vivienda de Ezeiza, a las afueras de Buenos Aires, recibió a muchos amigotes y, salvo él, nadie asegura que se haya resistido a la tentación de las comilonas de churrascos regadas con vino.
Con este enésimo traspié, el ex capitán de la selección argentina ya cumple 10 años de una salud a trancas y barrancas, desde que en abril de 1987 fuera ingresado en Santiago de Chile por una descompostura en un plató de televisión.
En medio de la maradonamanía que aqueja a los argentinos, ayer salió a hablar del tema nada menos que el ministro de Salud, Ginés González García. «Es espantoso lo que están haciendo con Diego. Quién lo interna y quién no lo interna. ¡No puede ser!», dijo enfadado.
«Es necesario que se tome un decisión con su futuro y su salud, porque en la vida de Diego no hay piloto», proclamó el ministro, en lo que muchos entendieron como un llamamiento público a la «curatella» judicial, o sea, a que algún juez declare incapaz a Maradona y decida por él.
Ahora resta por ver si el Pelusa cumple o no su promesa de gozar del superclásico que Boca-River juegan mañana en La Bombonera. El miércoles pasado había anunciado: «Voy a ir con suero, con el doctor mío, en ambulancia, con lo que sea. Iré a ver a Boca hasta que me de la última gota de sangre».
Justamente esa obstinación de fanático xeneize fue la causa de la pelea con su médico personal, que le había prohibido ir al partido. Ayer su ex esposa Claudia Villafañe y Cahe debatían sobre cómo persuadir al ex genio del fútbol de que acaso ésta es su última oportunidad.