Manuel Conthe tuvo entereza para dictar, sin inmutarse, una conferencia de 35 minutos sobre la responsabilidad de los organismos reguladores ante los cambios contables en la Unión Europea. Improvisó un discurso sesudo, desmenuzó de memoria la normativa y hasta intercaló algún sarcasmo sobre las numerosas competencias de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) en el campo de las OPA. Entre aplausos recogió la cartera de funcionario, salió a la calle y en la maraña de micrófonos, cámaras y teléfonos móviles con grabadora, desdobló la cuartilla de la discordia.
«Lamento que el vicepresidente del Gobierno haya perdido la confianza en mí. Yo, por el contrario, sigo teniendo plena confianza en él, como persona y como ministro». Conthe, atosigado por una treintena larga de periodistas, empezó a leer con una dicción pausada, con la firmeza de quien asume que su suerte está echada. El primer párrafo del escrito ya bastaba para colarse en cualquier informativo. Pero el presidente de la CNMV tenía mucho más que decir. Y siguió leyendo.
«La confianza del Gobierno en el presidente de la CNMV es, de ordinario, conveniente, pero no resulta precisa en casos excepcionales». Tomó aire y puso un ejemplo que aún retumba en Moncloa. «Cuando la política industrial del Gobierno entra en potencial conflicto con las normas del mercado de valores es comprensible que el punto de vista de la CNMV, o de su presidente, o de algunos miembros del Consejo, puedan no ser del agrado del Gobierno».
Ni un asomo de vacilación en la voz. Y eso que Manuel Conthe, a punto de cumplir los 53 y con una trayectoria impecable en la cosa pública, acababa de cuestionar en voz alta la honorabilidad de todo un Gobierno de la nación. Sin concesión a la ironía ni a las medias tintas, el presidente de la CNMV estaba acusando a José Luis Rodríguez Zapatero de dinamitar la ley con tal de encajar un proyecto industrial nacido el 5 de septiembre de 2005, con la lejana OPA de Gas Natural sobre Endesa.
Conthe no podía ser más transparente en su alocución. Pero añadió una coletilla por si alguien en palacio no había captado la directa: «Por desgracia, la CNMV no puede servir a dos señores».
Otra pausa y vuelta a la carga. «La CNMV es una institución independiente del Gobierno. Pero en un régimen democrático esa independencia sólo es legítima si se dan dos condiciones». La primera es «que rinda cuentas y sea fiscalizada y controlada por los representantes de la soberanía nacional, es decir, por el Parlamento. La segunda: «que sus decisiones sean tan transparentes y públicas como sea legalmente posible, de forma que el secreto y la confidencialidad sirvan sólo para salvaguardar derechos de los ciudadanos, no para impedir que la opinión pública pueda conocer y aquilatar los fundamentos de tales decisiones».
El Parlamento es la única plaza donde el presidente «de una institución que es independiente del Gobierno» debe rendir cuentas. Conthe se guardará los argumentos de su dimisión no consumada hasta que no tenga un micrófono abierto en la Cámara Baja. Otra cosa es que ayer avanzara un anticipo a pie de calle. Los bajos del Hotel Eurobuilding, plantado a espaldas del despacho del miembro con más intuición del gabinete de ministros (Joan Clos), fueron testigos de la primicia. «Les adelanto que en esa comparecencia solicitaré también la dimisión del vicepresidente de la CNMV», disparó Conthe, aprovechando la envestida para levantar la mirada y enfrentarse a los objetivos.
Quedaba dicho y grabado. El todavía jefe de filas de la CNMV pedía la cabeza de su número dos. ¿Las razones? Conthe sólo las dará en sede parlamentaria. Aunque los más impacientes pueden ir hilando los dos primeros párrafos de la misiva para averiguar quién es -a juicio del presidente dimisionario- el enlace entre Moncloa y la CNMV.
Conthe leyó una docena de frases más. Las justas para agradecer «la profesionalidad y el buen hacer» de los funcionarios -todavía- a su cargo. Y hasta sacó aliento para rememorar unos versos de La Eneida. Los mismos que le recitó a Solbes aquella vez en Bruselas entre sorbos de café, durante las duras negociaciones para devaluar la peseta: «Quizás algún día será incluso agradable recordar estas cosas». Luego guardó la cuartilla, se abrió paso entre las cámaras y enfiló, impávido, hacia un coche oficial matriculado con las siglas ZP. Caprichos del destino, dignos de la mejor epopeya de Virgilio.