MARIA LUISA TORIBIO
Cuatro danzarines aparecen. Son dos chicos y dos chicas ataviados con pareos de colores vivos. Cada uno lleva sobre la piel un dibujo: el sol, la luna, la tierra, una balanza.
Así comenzó el Desfile por una Moda Justa, una iniciativa de la Casa Encendida y la Coordinadora Estatal de Comercio Justo (CECJ), en la que se mostraron prendas y complementos fabricados y distribuidos según los preceptos del comercio justo.
¿Y qué es eso? Lo explica la directora de CECJ, María Herranz: «Es una alternativa al comercio convencional que garantiza que la gente más pobre pueda vivir de su trabajo». Consiste, a grandes rasgos, en que en el proceso de elaboración de las prendas se respetó la igualdad entre ambos sexos; no se empleó a niños; se buscó el equilibrio del medio ambiente y se pagó un sueldo digno a los trabajadores.
Los modelos recorrieron la pasarela descalzos. Entre una y otra tendencia, las danzas tribales de los bailarines y el son de los instrumentos subrayaban el aire exótico de la pasarela, donde se sucedieron prendas elaboradas en cooperativas de América del Sur, Africa y Asia: «Queríamos mostrar los sonidos de esas partes del mundo acompañando la ropa».
El espectáculo que se puso al alcance del público -entre el que se encontraba la ministra de Cultura, Carmen Calvo- se preparó con mimo: «Todos los que han hecho esto son profesionales», relataba Herranz. Se refería a la agencia de estilismo que arregló los conjuntos, los maniquíes, los bailarines... Y salvo Teté Delgado, que ofició de manera altruista de presentadora, todos «han cobrado por su trabajo». Porque esto «es comercio justo».
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