Sábado, 14 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6327.
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La independencia siempre fue mi deseo; la dependencia siempre fue mi destino (Paul Verlaine)
 MADRID
La mala vida / / Estrella Morente forma con Javier Conde una pareja envidiable, legendaria, lorquiana / Cuando yo era un joven verde estuve cautivado por las piernas agosteñas y maduras de Concha Velasco
Joaquín y Concha, que no descansan
ANGEL ANTONIO HERRERA

MIÉRCOLES, 11

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Hay homenaje en la alta noche de Joaquín Cortés a Estrella Morente o al contrario. Cuando los flamencos se ponen es que no se sabe quién es el homenajeador y quién el homenajeado. En cualquier caso, noche mágica. Cortés apura en cartelera Mi soledad, en la Gran Vía, y también reejerce de solitario en la vida, tras bailarse una temporada ceñida con la última novia, Marisa Jara. Estrella Morente no tiene aquí espectáculo fijo, pero da igual, porque allí donde va es única.

Estrella hace pareja con Javier Conde, una pareja envidiable, legendaria, lorquiana, muy española, la de la cantante y el torero, que escasea, pero nunca se acaba. A Javier, a veces, le baja la cotización ante el toro, pero nunca le flojea el caché en la arena del colorín, que es cosa que a menudo también trata de cuernos, o ya no tanto. Javier ha sido, y aún es, el Banderas de los ruedos, y al fin consiguió lo que pretendía en esta vida, según sus palabras, que era tener a su lado a la mayor estrella de entre las estrellas, de apellido Morente, hija de la mejor estirpe del flamenco.

Estrella es un mujerón de óleo, y él es un guaperas con gomina que se ha pasado por el altar a la que mejor canta, y ya han quedado para las hemerotecas sus tiempos de novio, prometido o festejante de Marta Sánchez, y perdón por mencionar a otra, Estrella, amor, que sé que no te gusta nada.

Javier viene siendo matador de profesión, que es una cosa que siempre marca paquete, viste lo suyo y queda fino como ocupación consorte, pero yo creo que con la Sánchez (y perdón, de nuevo, por la cita) formaba, más bien, la extraña pareja, y con Estrella, tan flamenca, como él, forma la gran pareja. Son morenos de alma, y se les nota. Lo notamos.

Ganó cambiando de mujer, veo yo, y sé que ahora lee poemas, una de sus pasiones, a los ojos negros y lujosos de la Morente, y ella le entiende desde la mirada de quien sabe que la vida es corta y el arte largo. Desde mi corazón escéptico siempre deseé para ellos todas las felicidades, en contra de esa gran frase de la no menos grande María Félix: «La mejor manera de vengarse de un hombre es casarse con él».

JUEVES, 12

Está Concha Velasco haciendo Filomena Marturano, en La Latina. La cosa va de una ex prostituta abandonada por el hombre que la retiró, que se engolfa finalmente con una chica joven. Suele pasar. O sea, suele pasar incluso en el teatro. La Velasco triunfa siempre, salvo cuando hizo Hello, Dolly, en teatro casi vecino. Antes estuvo en este teatro la Pantoja, pero eso mejor ni mencionarlo.

Cuando yo era un joven verde, que era hace nada, estuve un tiempo cautivado por las piernas agosteñas, maduras y vallisoletanas de Concha Velasco, y luego, sin que se me pasara del todo la fiebre, fui subiendo desde esas piernas apetecibles hacia arriba y acabé encontrando una cara viva y lista, la de una mujer que es una sinfonía de mujeres: una actriz, una bailarina y una presentadora, por abreviar. Desde entonces procuro seguirla fiel y fijo y ya la miro fundamentalmente a los ojos, que son unos ojos oscuros, inteligentes y emocionantes, muy cargados de mirada, como son los ojos de las que van muy ebrias de sí mismas.

En lo profesional lo ha hecho todo, desde chica adorable de la Cruz Roja a musa guadiana de Antonio Gala, desde chica yeyé a Santa Teresa, y en todo florece una gracia de actriz completa y esa temperatura de las artistas mejores, con más verdad que escotes. Al paso, hemos ido sabiendo de su vida por las revistas, que a veces se le han metido hasta la cocina: que si vendió su chalé porque la mordían las deudas, que si Hacienda la perseguía, que si su marido, ya ex, Paco Marsó, en fin, le salió demasiado alegre, como todos o casi todos. Nunca, sin embargo, le ha hecho un regate a la prensa, a la que acostumbra a recibir como a un buen vecino, y unas veces se declara eufórica como una corista y otras más desolada que una cornuda, eso ya según el amor y el trabajo, o el trabajo del amor, que por supuesto no es lo mismo. Qué le vamos a decir a la Velasco. Habla claro como la Campos, dispara directo como la Milá y hasta le disputa fans a Ana Belén, que ya es ponerse.

Yo, de entre todas las Velascos, me quedo con la más fascinante y acaso con la mejor: Concepción Velasco Varona. Así se llama esta inagotable.

VIERNES, 13

No quería uno viajar en estas fechas pasadas, pero al fin he consentido. Quiero decir que de nuevo me tocó conocer la T-4, ida y vuelta. Cuesta, pero se logra partir y también se logra regresar. El nuevo aeropuerto de Barajas -porque a mí la T-4 me parece otro aeropuerto- es todo un monumentazo de tecnología punta, con vidrieras de cielo y ordenadores algebraicos, pero el viajero ha de poner mucho desvelo y mucha sabiduría en estos adelantos, que son una barbaridad, y como tal barbaridad lo consiguen todo, menos quizá que pilles el avión a tiempo.

Estas catedrales de alta informática requieren mucho pluriempleo del viajero, que tiene que valérselas rápido entre pantallas matemáticas, ascensores que dan a otros ascensores y autobuses de ráfaga que funcionan sin conductor. Hace falta aquí un manual de instrucciones, como para las lavadoras, pero a ver quién se pierde las prisas por un manual de instrucciones. Lo de antes era soltar el billete en su sitio, facturar el equipaje, y mirar en la pantalla la puerta correspondiente. El trámite sigue siendo el mismo, naturalmente, sólo que ahora las distancias son lejanías, las puertas son un juego de cajas rusas y la señorita de información habla en megas, o algo así. Porque aquí, de momento, hace falta señorita de información. Megas, o algo así, yo creo que sobran. Tiene uno la sensación de estar en el extranjero, antes de salir. Tiene uno la sensación, e incluso la convicción, de cumplir dos viajes. El viaje por la T-4 y luego el viaje propiamente dicho. Suele ser más largo y accidentado el primero. Ya hay quien se busca otras compañías para ahorrarse sobresaltos que suelen ser cabreos. En lo de facturación, el mozo solícito responde a mi asombro o extravío:

- Esto ya es el futuro, joven.

Y el futuro va quedando a unos cuantos kilómetros de puertas sucesivas, abismos de cristalería y desiertos de soledad con algún perdido que nos mira como a un hermano.

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