LUCIA MÉNDEZ
«Todos íbamos en ese tren». En las horas posteriores a la tragedia, el dolor de los españoles alumbró esta leyenda como suprema expresión de solidaridad hacia las víctimas. Nadie podía prever que tres años y un mes más tarde de aquel día, todos íbamos a seguir viajando en los trenes del 11-M. Y no porque queramos, sino porque nos obligan. Igual que los supervivientes de la matanza abandonaron los vagones después de las explosiones para curarse, los españoles bien hubiéramos deseado que nos permitieran cicatrizar la herida y sobrevivir a la tragedia. Pero no nos dejan. Igual que pasadas las 10 de la mañana de aquel día los cadáveres se quedaron solos en los trenes hasta que llegaron los jueces, nuestros representantes políticos se han quedado petrificados en los vagones reventados por las bombas.
Si ellos, nuestros representantes políticos, insisten en seguir lanzándose a la cara los muertos del 11-M, nosotros no debemos can-sarnos de repetir que ese comportamiento es un asco, una irresponsabilidad y una canallada que nos están haciendo a todos. En primer lu-gar, a las víctimas, que mantienen una admi-rable cordura en mitad del desvarío general.
A estas alturas ya da igual quién empezó primero. Los dirigentes del PP, los mismos que ocupaban el puesto de mando del país en aquellos días, han insistido en volver al lugar del crimen, jugando con el fuego político del 11-M de forma bastante suicida. Han paseado su trauma por todas las calles y plazas. El último que pasaba por allí, Agustín Díaz de Mera, se ha llevado las bofetadas, más que merecidas por otra parte. Mariano Rajoy dio la orden a los suyos de no interferir y de respetar el trabajo del tribunal que juzga a los acusados. Al margen de algunas declaraciones puntuales y del penoso episodio del citado Díaz de Mera, los dirigentes populares han respetado la instrucción de su líder.
Pero ahora resulta que es el PSOE quien se ha apuntado a esta siniestra juerga con un comunicado en el que exige responsabilidades políticas al Gobierno que perdió las elecciones. Da igual que Angel Acebes mintiera o no. Es evidente que la mayoría de los españoles se sintió engañada, y por eso los votantes emitieron un veredicto claro en las urnas.
¿Cuántas décadas pretende José Blanco que el PP siga pagando la factura política del 11-M? Si este partido quiere ser dirigido por las mismas personas que gestionaron -tan mal- la tragedia, allá ellos. Los votantes los juzgarán en las próximas elecciones. Pero será por lo que han hecho estos cuatro años, no por lo que hicieron aquellos tres días.
Mientras nuestros representantes políticos se cuecen en esta salsa, el único juicio que nos debe importar es el que preside un hombre firme como Javier Gomez Bermúdez. Los demás juicios están plagados de subjetivismo y recuerdos selectivos. Un día le preguntaron al estadista francés Georges Clemenceau sobre lo que dirían los futuros historiadores de la Primera Guerra Mundial. «Desde luego, no dirán que Bélgica invadió Alemania», respondió. Pues eso. Y que nos dejen en paz.
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