Sábado, 14 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6327.
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 OPINION
TRIBUNA LIBRE
Demasiado pendientes del éxito de Ségolène y Hillary
MADELEINE BUNTING

He aquí un sueño: se celebra la cumbre del G-7 del año 2009 y tiene lugar la sesión de fotos de los siete dirigentes principales del mundo. Todos los ojos apuntan al trío de mujeres que ocupan el centro del grupo: la presidenta de Estados Unidos, la de Francia y la canciller de Alemania. Para solemnizar el momento de éxito femenino, las tres grandes dirigentes mundiales han invitado a la cumbre, como observadoras, a las presidentas de Chile y Liberia. Después de mantener una reunión privada, las cinco mujeres difunden una declaración conjunta sobre la constitución de un fondo, generosamente dotado, para promover la salud y la educación de las mujeres en el mundo.

La realidad irrumpe bruscamente en este sueño cuando una se imagina los titulares y las informaciones periodísticas que podrían acompañar a esa foto. ¿Habrá conseguido la presidenta Ségolène Royal que las referencias sobre ella vayan más allá de frases rutinarias del estilo de «esta elegante madre de cuatro hijos»? ¿Seguirán describiendo a la presidenta Hillary Clinton como fría y calculadora? ¿Se calificará todavía el estilo de liderazgo de la canciller Merkel como propio de «la modestia femenina»? Es más, ¿serán los periodistas capaces de refrenar sus comentarios habituales sobre los vestidos y peinados de estos dirigentes políticos? Resulta deprimente que las convenciones que dominan la información política se aferren a los estereotipos de género todavía con mayor obstinación, según parece, que las propias instituciones políticas.

En la actualidad, nos encontramos ante un contexto realmente interesante. Falta poco más de una semana para que se celebre la primera ronda de votaciones para las elecciones a la Presidencia de Francia, y una mujer aspira por primera vez a ocupar el Elíseo. Y prácticamente en todas partes, a uno y otro lado del Atlántico, hay una mujer en el centro de la atención política.

Sin embargo, a pesar de que el género se sitúa en el centro del debate político, seguimos teniendo que soportar la pregunta grosera y vulgar sobre si una mujer está capacitada para desempeñar el cargo político de mayor categoría, aunque ahora se plantea de forma mucho más sibilina, empeñándose en obtener, como sea, opiniones sobre las cualidades personales de las candidatas de acuerdo con estereotipos sexistas.

Lo que hace tan novedosas las campañas, tanto de Royal -la candidata socialista a la Presidencia de Francia-, como de Hillary Clinton -que opta a la designación del Partido Demócrata en Estados Unidos-, es que estas dos hijas del movimiento feminista están recurriendo de manera deliberada a dichos estereotipos, abriendo nuevos caminos en la forma que las mujeres tienen de hacer política. Despegándose manifiestamente del modelo Thatcher (adoptado por Angela Merkel), que pasaba por no canalizar nunca la atención, de manera explícita, hacia el dato del sexo propio, Royal y Clinton han colocado en el centro de sus campañas el hecho de que son mujeres y madres. Se trata de un experimento fascinante.

«Las cosas serán diferentes porque soy mujer», ha manifestado Royal. «El hecho de ser mujer y madre es parte de lo que soy», ha declarado Clinton. En sus mítines más recientes, Royal ha hecho que sonara la Marsellesa y que ondeara la bandera tricolor francesa al mismo tiempo que se presenta a sí misma como una Marianne -el símbolo famoso de la Revolución Francesa- de nuestros tiempos, dispuesta a tomar al asalto las barricadas de una clase política envejecida, solemne y masculina. Sus preferencias por una ropa muy femenina, con faldas muy monas y chaquetas de colores claros (blancas con frecuencia), contrastan con la vestimenta habitual de las mujeres dedicadas a la política, con sus sobrios trajes de chaqueta y pantalón. Royal no pide disculpas por presentarse tan femenina; «madre nación», la ha llamado el diario Libération en una muestra de admiración.

Posiblemente el estilo de Hillary Clinton sea diferente del de Royal, pero también hace hincapié en su condición femenina como una forma de ruptura radical con la cultura política predominante. En un claro rechazo de la imagen de vaquero tejano de los actuales titulares del poder en Estados Unidos, la primera aparición pública que hizo Clinton en su carrera hacia la designación como candidata de su partido fue en un centro de asistencia sanitaria a la infancia y dándole la mano a un niño. La maternidad se presenta por ambas candidatas como un activo político, una forma de autoridad y liderazgo.

En un ejercicio de la política tan condicionado por la personalidad, la maternidad ofrece algunas ventajas. Ayuda a humanizar a la mujer política, puede aprovecharse para proyectar una imagen de afectividad y cercanía en unos tiempos en los que la principal exigencia a un dirigente es que comprenda al votante. Los electores demuestran con sus votos que creen que la maternidad lleva a las mujeres a guiarse menos por sus intereses personales y más por el bienestar de los demás. En un momento en el que se tiene a los políticos en una consideración tan baja y el cinismo se extiende de manera generalizada, la figura de la madre nación tiene una resonancia emotiva real en ambos electorados.

Ahora bien, la maternidad es un instrumento político de doble filo.

Maternidad y ambición forman una combinación todavía difícil de digerir a ambos lados del Atlántico, como ha quedado evidenciado bien a las claras en la acogida que han recibido en los últimos meses tanto Clinton como Royal. Acusaciones de ser «calculadoras», «ambiciosas» y «frías» han acompañado a ambas desde el comienzo de sus campañas. Aplicado a candidatos varones, difícilmente se consideraría que tales términos constituyeran un inconveniente (¿qué presidente no ha sido ambicioso?), pero lo mismo hace que las políticas madres parezcan menos maternales, lo que inmediatamente suscita interrogantes sobre su sinceridad y su oportunismo, el único punto que los votantes no perdonan.

La papeleta más difícil que tanto Clinton como Royal tienen que resolver es poner de acuerdo dos órdenes de expectativas contradictorias y cambiantes: las de que son a la vez buenas madres y buenas políticas. En su libro de reciente aparición, Royal ha intentado contrarrestar las críticas sobre la forma en que ejerce la maternidad con la afirmación de que no deja de pensar ni un solo instante en sus hijos (el mayor, de 22 años, el más pequeño, de 14) y de que se retiraría de la política «sin pensárselo dos veces» si cualquiera de ellos cayera enfermo. Se trata de una manera curiosa de expresar el compromiso político.

Ser las primeras mujeres que se presentan a presidentas proporciona a sus países una oportunidad sin precedentes de empezar a escribir la Historia, de romper de forma radical con el pasado. Eso es lo que llevó a Michelle Bachelet al poder como presidenta de Chile hace un año. Ella era un símbolo de un nuevo futuro para Chile, un país reconciliado después de un violento pasado, que salía de un conservadurismo social fuertemente arraigado. Mary Robinson desempeñó un papel semejante en algunos aspectos cuando llegó a presidenta de Irlanda. La elección de una y otra transformó la imagen de sus respectivos países de la noche a la mañana. Éste es el gran reto tanto de Clinton como de Royal, aunque tiene que haber auténtica hambre de cambio para que el cambio se produzca y ni en Estados Unidos ni en Francia parece que haya mucha.

Por mucha audacia que Clinton y Royal hayan demostrado al hacer uso de su condición sexual, las dos son perfectamente conscientes de que ésa es precisamente la clave que podría echar al traste sus carreras políticas exactamente con la misma facilidad con que podría propulsarlas. Las encuestas que se manejan en el bando de Clinton indican que, como mínimo, una tercera parte del electorado estadounidense no cree que su país esté preparado para tener de presidenta a una mujer, con independencia de sus cualidades. Entretanto, Royal ha tenido que hacer frente a un sexismo continuo. «¿Quién se va a ocupar de los niños?» fue una de las preguntas que se le oyó plantear a un compañero suyo de partido cuando se habló de su candidatura a la Presidencia.

Aparte de eso, sus maridos podrían dar algún indicio de que están dispuestos a asumir responsabilidades. No está nada claro que las respectivas parejas, tanto de Royal como de Clinton, vayan a prestarles el mismo apoyo que, sin necesidad siquiera de plantearlo, se espera que preste una mujer. La pareja de Royal no ha ocultado en ningún momento que tiene sus propias ambiciones políticas, por ahora frustradas. Ésta es una cuestión que tiene fascinada a toda Francia porque refleja las tensiones derivadas de la competitividad en el seno de tantas parejas en las que cada uno de sus miembros tiene su propia carrera.

No deja de resultar irónico, por otra parte, que un puñado de políticas en la cumbre genere la impresión de que, al fin, las mujeres han tomado el poder, cuando nada está más lejos de la realidad. En Francia, las mujeres representan tan sólo el 12,6% del poder legislativo y en Estados Unidos, sólo el 16% de congresistas son mujeres.

Royal y Clinton están utilizando sin miedo su condición sexual para acceder al poder, pero todos los indicios demuestran que el sexismo continúa fuertemente enraizado. No puede exagerarse la importancia de lo que está en juego: si sus candidaturas, por el hecho de ser mujeres, acabaran contribuyendo a la elección de sus rivales de derechas -especialmente si Royal no consigue pasar a la segunda vuelta-, sus fracasos perseguirán como una pesadilla, durante toda una generación, a las mujeres que se dediquen a la política y, además, se utilizarán como arma arrojadiza para intimidarlas a todas.

Madeleine Bunting es escritora británica y columnista del periódico

The Guardian

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