Domingo, 15 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6328.
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A FONDO / LA ATENCION AL COLECTIVO HEROINOMANO
La heroína, una vieja vecina de Barcelona
VICTOR MONDELO

Barcelona ha sido una de las ciudades europeas más castigadas por la heroína. Ha liderado durante años el índice de muertes relacionadas con la adicción a esta droga, y los conflictos vecinales generados por la convivencia con los problemas sociales vinculados al consumo y tráfico de esta sustancia han proliferado en los últimos años. A las protestas producidas tras el cierre de Can Tunis, se han unido las de Vall d'Hebron. Sin embargo, las cifras dicen que, de los 7.500 heroinómanos de la ciudad, el 80% está en tratamiento, y el estigmatizado consumidor de los 90 representa un pequeño porcentaje. La cocaína es hoy la más consumida, pero los educadores sociales recuerdan que no se puede bajar la guardia para evitar repuntes.

BARCELONA.- Llevan 30 años conviviendo y, generalmente, no se han avenido demasiado bien. Desde que en 1976 se atendiera en la red sanitaria barcelonesa al primer consumidor de heroína hasta la actualidad, la relación entre esta droga y la parte de la población de la capital catalana que ha tenido que convivir con ella ha pasado por fases muy diferentes. Unas más calmas y otras más tensas. Hoy, el consumo de esta sustancia ha perdido fuelle respecto al de cocaína, que ostenta la hegemonía absoluta tanto en número total de adictos, como en nuevos consumidores.Sin embargo, el estigma con el que aún cargan los heroinómanos convierte a los equipamientos necesarios para su tratamiento en vecinos incómodos para los pobladores de determinados barrios de la ciudad.

El aumento exponencial de personas enganchadas a esta sustancia que tuvo lugar entre finales de los años 80 y principios de los 90 desembocó en el desarrollo de una importante red de tráfico y consumo en el centro de la ciudad. Las reformas urbanísticas y la presión policial realizadas en los años previos a los Juegos Olímpicos arrastraron a consumidores y traficantes a Can Tunis, zona cercana al cementerio de Montjuïc, que acabaría convirtiéndose en uno de los mercados de droga más grandes del sur de Europa.Las condiciones sociales, higiénicas y sanitarias del lugar eran deficitarias, pero el hecho de que consiguiera concentrar a los consumidores más problemáticos creó una falsa ilusión entre la ciudadanía.

En agosto de 2004, el Ayuntamiento acabó definitivamente con esta zona de consumo para llevar a cabo la ampliación del puerto de la ciudad. La diáspora de consumidores se extendió inicialmente al barrio de La Mina, y la Zona Franca y llegó, tras fuertes actuaciones policiales, al Raval y otros barrios menos acostumbrados a convivir con la heroína como Porta, en Nou Barris.

Las protestas vecinales se sucedieron al tiempo que el Consistorio abría la Sala Baluard, en Ciutat Vella, equipada con un espacio en el que los toxicómanos pueden consumir en condiciones higiénicas.Finalmente, el grueso de los consumidores en situación de mayor vulnerabilidad ha acabado en este distrito. El mapa de la heroína de Barcelona se ha redibujado y la población toxicómana cuenta con una mejor asistencia que ha normalizado, en gran medida, la situación.

Según la Agència de Salut Pública de Barcelona (ASPB), actualmente existen en la ciudad 7.500 heroinómanos. Unos 4.000 acuden diariamente a los llamados centros de reducción de daños, servicios orientados a minimizar al máximo todos los riesgos asociados al consumo, tanto los dirigidos al toxicómano -evitar la transmisión de enfermedades contagiosas-, como a la comunidad -reducir situaciones violentas o insalubres en la vía pública-.

El 60% de estos 4.000 tan sólo acude a servicios de reducción de daños, es decir, principalmente a la Sala Baluard, situada en la Plaça Blanquerna y a la unidad móvil de la Zona Franca; ambas con salas de venopunción. En ellas se dispensa a los usuarios dosis de metadona pensadas para la contención de la adicción y no para la deshabituación y se lleva a cabo un programa de intercambio de jeringas. Según Teresa Brugal, responsable del Servicio de Prevención y Atención a las Dependencias de la ASPB, es «gente extremadamente vulnerable, que, aunque no siempre está en extrema pobreza, tiene muchas posibilidades de acabar apartada de su entorno».

El 40% restante de estos 4.000 no sólo acude a los centros de reducción de daños. Este porcentaje del colectivo participa en programas de desintoxicación en los llamados Centros de Atención y Seguimiento (CAS) que se encuentran ubicados en la mayoría de distritos de la ciudad. Pero pueden acudir, puntualmente, a las salas de venopunción para inyectarse otras sustancias, como la cocaína. De los restantes, la mayoría acude sólo a CAS y un 20% del total no está en tratamiento.

Así las cosas, la Sala Baluard es la que más toxicómanos concentra de toda Barcelona. Está abierta las 24 horas del día, todos los días del año, recibe unas 400 visitas diarias, de aproximadamente 800 personas diferentes al mes y se practican 91 inyecciones diarias.

Ester Henar, coordinadora de la sala, de titularidad de la ASPB, pero gestionada por la Asociación Bienestar y Desarrollo, comprende la gran afluencia de usuarios, pero pide que se aumente el número de salas de venopunción de la ciudad. «Ciutat Vella es un distrito en el que el toxicómano puede ganarse la vida de una forma más fácil e incluso pasar más desapercibido entre la población, por eso es normal que aquí tengamos más usuarios», explica. «No es necesario que existan más equipamientos como la Sala Baluard extendidos por la ciudad, dado que es un centro para personas en situación de marginalidad que, además, cuenta con una sala de consumo; y no creo que otros barrios de la ciudad tengan la necesidad de tener una sala así. Sin embargo, sí que podría pensarse en que los CAS que se abran a partir de ahora incluyan una sala de venopunción», añade. Teresa Brugal, en la misma línea, dice que «no hay suficientes salas de venopunción» y defiende que «se repartan por el territorio y se integren en los servicios sanitarios, porque ellas también lo son».

Pese a estas carencias, la atención a este colectivo se encuentra ahora asentada. Así lo señala Josep Rovira, coordinador del área de drogas de ABD: «Hemos sido capaces de poner en marcha programas de atención para heroína, de estabilizar ciertos aspectos de problemáticas sanitarias muy ligados al contagio del VIH». Efectivamente, el número de casos de SIDA entre los consumidores ha descendido de manera radical en los últimos años. El pasado año se contagiaron siete personas por vía parenteral, cuando en 2003 fueron 61 y en 1995, 347. Barcelona había vivido siempre un calvario en este aspecto porque, tal y como explica Teresa Brugal, «mientras en la zona centro y sur de la península se consumía y se consume la heroína fumada, en la zona noreste, se hacía y hace de forma inyectada». Este fenómeno se produce porque la heroína que llega Barcelona es la conocida como blanca, una sustancia que al calentarse no genera vapores, no puede inhalarse y, por tanto, tiene que inyectarse.

Este hecho ha propiciado que Barcelona haya sido durante años la ciudad europea con más muertes ligadas al consumo de heroína.Pero la tendencia se va corrigiendo. En gran parte gracias al sistema de intercambio de jeringas. En Barcelona se devolvieron en 2006 el 77%, con lo que la reutilización está por debajo del 30%. En 1990, sólo el 26% de las jeringas se devolvían.

Josep Rovira cree, no obstante, que, así como se ha sabido dar una respuesta asistencial para los heroinómanos, el sistema todavía cojea en la reintegración: «La dimensión de la inclusión social no la hemos ganado. Ese aspecto ha quedado como imposible. Es una revisión crítica que debemos hacer. Heredamos de épocas de mucho consumo y ahora tenemos una población cronificada dentro de la red de asistencia».

Los trabajadores sociales advierten, por otra parte, de que el perfil de nuevo heroinómano está cambiando. Por un lado, un gran número son inmigrantes. En la Sala Baluard el 54% de los usuarios son extranjeros. Principalmente: italianos, portugueses, georgianos y marroquíes. Según Ester Henar, «menos de un 20% se somete a tratamiento».

Otra de las tendencias entre los nuevos consumidores, es la de jóvenes con estudios y una posición acomodada que comenzaron consumiendo cocaína y que ahora han empezado a flirtear con la heroína para paliar las reacciones violentas que les provoca la cocaína. Josep Rovira asegura que «aunque esta realidad existe, no va en aumento».

Aun así, precisa que no se puede bajar la guardia: «Estamos minimizando el consumo de la cocaína de forma exagerada, sin darnos cuenta de que en las salas la mayoría de consumos son de cocaína inyectada.Y no sabemos en qué va derivar todo esto».

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