Calificación: ****

BARCELONA.- Es curioso que las dos producciones del Centro Dramático Nacional (CDN) que nos visitan esta temporada hayan encontrado amarre en un teatro como el Tívoli -de condiciones técnicas muy apropiadas, pero de titularidad privada-. Parecería más acorde con la naturaleza de este gran buque que es el CDN que fueran las instituciones teatrales catalanas las que lo acogieran. En cualquier caso, siempre es interesante poder apreciar un espectáculo de la enjundia de Un enemigo del pueblo, en el que se unen la importancia del clásico y un gran despliegue de medios -en cantidad y calidad- para llevarlo a escena.

Juan Mayorga, que ya había colaborado con Gerardo Vera en la dramaturgia de Divinas palabras de Valle-Inclán (2006), ha sido el encargado de actualizar un texto escrito en 1882 pero que contiene en su origen una visión premonitoria de la corrupción política en la sociedad del bienestar y de la connivencia de cierta clase política y algunos medios de comunicación. Mayorga ha transformado un periódico local en una televisión de ámbito similar; ha mermado, dentro de lo verosímil, el protagonismo masculino en favor de una mayor presencia femenina y ha desarrollado en lo posible algún personaje como el de Kul, dotándole de algunos matices. El resultado es una versión muy actual y cercana al espectador de un tema siempre vigente: la razón de la mayoría como razón suficiente o el peligro de que la democracia pueda degenerar en demagogia.

Gerardo Vera ha sabido dar la merecida espectacularidad a una versión sabiamente configurada. Lo hace a partir de un amplio elenco en el que la figuración supera en número a los personajes protagonistas, pero también ampliando el espacio escénico con proyecciones videográficas que encajan perfectamente en una sólida aunque sobria construcción escenográfica obra del propio Gerardo Vera. El resto de los elementos que visten el espectáculo pasan a un discreto segundo plano: vestuario, música, iluminación...sin brillar en momento alguno, cumplen perfectamente su función desde una propuesta de indiscutible calidad. Sorprende, por ejemplo, la preponderancia de los colores fríos y engrisecidos en el vestuario que resulta tan poco favorecedora, sin embargo es una propuesta muy coherente que se lleva a cabo con el mismo rigor en todos los personajes.

Esto, junto con un complejo trabajo de movimiento escénico, contribuye a uniformizar un reparto muy dispar que, en líneas generales, se mueve dentro de la eficacia y la corrección. Sin embargo, dos interpretaciones brillan en el conjunto que funciona sin tropiezos: la de Francesc Orella encarnando al protagonista, un Dr. Thomas Stockmann lleno de matices, que ha dejado de ser el ingenuo doctor de otras versiones para incomodarnos arrebatándonos la creencia de que «bien común», «razón» y «verdad» son términos equiparables. Y la grandiosa creación de Walter Vidarte en el papel de Kul, una especie de outsider que, en la versión de Mayorga, acaba por resituar la heroicidad del protagonista.