Domingo, 15 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6328.
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 CRONICA
BILLETES / DE COMPRAS CON UN «BIN LADEN»
Perdone, ¿puedo pagar con uno de 500?

Sin cambio. «Un billete sencillo, por favor». El conductor del autobús de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid al que subo tarda en reaccionar. Primero observa el billete de 500 euros que le extiendo y con el que pretendo pagarle un ticket de un euro. Su incredulidad es evidente. Me mira durante un segundo para volver a clavar sus pupilas sobre el billetazo antes de abrir boca. No lo coge. A lo peor cree que le estoy tomando el pelo y se enfada. «¿Pero cómo voy a tener para darle la vuelta de eso?», dice a la vez que señala la normativa pegada en un lateral del autobús. Sólo está obligado, explica, a disponer de cambio de cinco euros. Si insisto en hacer el trayecto, él aceptará el billete de 500 pero sólo me dará la vuelta hasta los cinco euros estipulados. Los 495 que me quedaría a deber tendría que ir a cobrarlos a las oficinas centrales de la EMT. Desisto.

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Hemos salido a la calle con un billete de 500 después de leer los últimos informes del Banco Central Europeo (BCE) que señalan a España como el país que más papel moneda de esta cantidad tan poco práctica -el equivalente a 83.193 pesetas- atesora. Uno de cada cuatro billetes de 500 que circulan por la UE está aquí. En total, contamos con 112 millones de billetes de los grandes (2,5 por habitante) y su valor supone nada menos que el 65% del total de la moneda. En resumen, de los 1.927 euros por habitante que hay en manos de los españoles, 1.250 tienen forma de billete de 500.

La experiencia, después de un día tratando de desenvolvernos pagando con uno de los grandes, es que su popularidad estadística es un espejismo. Es evidente que, como alertan los expertos, deben de estar a buen recaudo en bolsas de dinero negro porque en la calle, aunque son mejor recibidos de lo esperado, toparse con uno de ellos es un acontecimiento. Por algo lo llaman el Bin Laden. Ya saben: todo el mundo conoce su existencia, pero ¿quién lo ha visto?

El billete llega a mis manos proveniente de la caja de este periódico. Es el único en el banco de la redacción. De color morado, fabricado en papel de algodón, 160 milímetros de largo por 82 de ancho y 1,14 gramos de peso, salió del BCE en 2002. Primer intento de colocarlo. No sin cierto pudor lo deslizamos en la bandeja donde nos sirven la cuenta de la comida del día: dos menús por valor de 20,20 euros. Para nuestra sorpresa los hosteleros lo aceptan. No les asusta el tamaño. «En seis meses que llevamos abiertos hemos cambiado cinco o seis», dicen sin darle mayor importancia.

Animados por el éxito tensamos aún más la situación: ¿Lo cogerán para pagar 2,20 euros por dos cafés? Marlene, la camarera ve el de 500 doblado en la mesa y lo reconoce a la primera. «No, mi amor, eso no», espeta a dos metros de distancia. No se hace cargo de un billete de ese tamaño, se justifica, por si luego resulta falso y le cargan el marrón. En Panamá, de donde emigró, cuando alguien aparece con un billetón se le pide el DNI y se fotocopian billete y documento en la misma hoja para luego poder exigir responsabilidades al dueño original si llegara el caso. En ausencia de fotocopiadora, se apunta el DNI en una esquina del billete.

«Si el cliente insiste en pagar con 500», dice Marlene, «llamo al encargado». El encargado y dueño del local tiene una curiosa forma de decidir si acepta el billete o no. Si el cliente es habitual le explica que no hay cambio y le invita a pagar otro día. Si es un desconocido, le acepta el Bin Laden sin rechistar. «Porque hay gente que viene con uno de 500 y se toma una caña. Como no tienes cambio lo invitas, y así el jeta bebe de gorra de bar en bar», dice antes de bajar el tono para confesar que él mismo guarda unos cuantos en casa. «No te digo la cantidad pero ya sabes que en la hostelería hay mucho dinero negro».

Esperanza, la dueña del quiosco de prensa da un respingo: «¡Ostras! Creo que es la segunda vez que lo veo». No vende tantos periódicos como para tener cambio, asegura. La negativa se repite en el estanco, en la perfumería, en una pequeña tienda de moda, en el local regentado por chinos... De los 12 establecimientos visitados sólo cuatro -el restaurante, el Corte Inglés, una administración de lotería y un supermercado Lidl- aceptan nuestro billete de 500.

En el Lidl están acostumbrados a verlos dos o tres veces por semana. Entre su clientela abundan los inmigrantes y a muchos de ellos la paga mensual no les llega por una trasferencia bancaria sino en un sobre. No es raro que la minuta incluya uno de 500 y que lo usen para la compra.

Como moneda de curso legal, los billetes de 500 no pueden ser rechazados por los establecimientos. Eso fue, al menos, lo que el Banco de España respondió a la Federación de Consumidores Al-Andalus cuando ésta le preguntó si los tenderos podían vetarlos. El Banco, echando mano del artículo 7 del Código Civil -«los derechos deberán ejercitarse conforme a las exigencias de buena fe»- matizaba que cuando la relación entre el precio del producto y el billete fuera desproporcionada cabía la posibilidad de no admitirlo.

Juan Jesús, taxista, no se inmuta cuando le muestro el de 500. No es la primera vez que se ve en esta situación. Hace un año cogió a una extranjera en el aeropuerto y la llevó a la estación de autobuses, en la otra punta de Madrid. No fueron pocas las vueltas que dieron taxista y cliente tratando de deshacerse de él. Al final, lo consiguieron. A mí no me lo acepta. / ANA MARIA ORTIZ


CLAVES

EN NUMEROS

España tiene 86.154 millones de euros en circulación, el 65% en billetes de 500. / Uno de cada cuatro billetes de 500 que circula por la UE está en España. / Los expertos atribuyen su proliferación a la economía sumergida. / Un millón de euros en billetes de 500 sólo pesa 2,28 kilos. / Pese a su elevado número, en la calle son una rareza.

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