Domingo, 15 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6328.
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 CRONICA
HAMILTON, UNA VIDA DE CURVAS
EL COMPAÑERO de escudería de Alonso comenzó a jugar con coches teledirigidos para evadirse de la ruptura de sus padres. Solitario en su infancia y adolescencia, ha encontrado en su hermano, quien sufre parálisis cerebral, a su mejor amigo. Y es tan celoso de su vida privada como el campeón español
ADRIAN SACK. Londres

Lewis Hamilton, 22 años, es esa estela de plata detrás del McLaren de Fernando Alonso, 25, a quien cada día sigue más de cerca, inquietantemente cerca. Tanto como puede estarlo un número 2 de un número 1 en cualquier orden de la vida donde la competencia lo anima todo.

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La pista no parece el único lugar donde este británico de tez café con leche compite con el actual campeón de la Fórmula 1. Aunque su personalidad, a primera vista, pueda resultar opuesta por su tendencia a la total extraversión y a una más que natural fotogenia, no está tan alejada de la de Alonso como parece.

Igual que el español, Hamilton guarda con celo su vida fuera de los boxes. Su noviazgo con Jodia Ma, una joven estudiante universitaria, es un ejemplo. Entre todos sus misterios, Jodia es quizá el que Hamilton custodia con mayor ahínco. La actitud de protección hacia esta larga relación de «varios años», según él, se explica en parte por la poco envidiable vida social que Hamilton debió llevar en una infancia y adolescencia solitarias, totalmente marcadas por el automovilismo.

Las carreras en las categorías menores y sus exigentes horarios le dejaron muy poco tiempo para relacionarse con los de su edad e incluso fue marginado y hostigado por sus compañeros. «Tuve que aprender karate para defenderme, y entonces comenzaron a respetarme», cuenta aquellos tiempos difíciles. «En los fines de semana jamás pude ir a ninguna fiesta, y eso te afecta porque tus amistades nunca se hacen lo suficientemente fuertes. Porque cuando dices "no puedo salir porque tengo una carrera este fin de semana", tus amigos piensan que les desprecias... aún cuando les contaba que tenía una competición en Japón, no lo podían aceptar», se ha lamentado.

Sin embargo, su lado humano y espiritual jamás podría ser considerado su flanco más débil. Gracias a su profundo y especial vínculo con su hermano Nicolas, quien sufre de parálisis cerebral, la mirada con la que Lewis enfoca la vida trasciende el estruendoso mundillo de volantes y motores. «Le llevo siete años pero lo considero mi mejor amigo. Hablamos mucho y, si las cosas se tuercen, no tengo más que pensar en él. A él le está yendo bien en la vida y es el único capaz de mantenerme con los pies sobre la tierra», aseguró recientemente al The Daily Telegraph.

Pero si su presente está signado por su permanente contacto con su hermano menor, su agitado pasado familiar explica sus ganas de llevar una existencia menos atípica y dinámica. El génesis de la vida de alta velocidad de Lewis Carl Hamilton, llamado así en homenaje al atleta Carl Lewis, hunde sus raíces en la vida de su abuelo, quien dejó la dura vida de las Islas Antillas por una nueva en el Reino Unido en los años 50 y asciende en el tiempo y en intensidad en las vivencias de su padre.

Éste, Anthony Hamilton, ha sido, según cuentan los tabloides, el que ha aleccionado a su hijo sobre la conveniencia de moverse rápido para lograr cualquier propósito. Hamilton padre evitó todas las tentaciones de la marginalidad que campaba en su ambiente inmigratorio y compaginó la escuela nocturna con las interminables jornadas como empleado del ferrocarril público británico. Hasta que tuvo suficiente capital para fundar su empresa familiar de provisión de servicios informáticos que le ayudaría a costear los pasos iniciáticos de su hijo en el automovilismo.

Lewis, hoy considerado el primer piloto de raza negra de la historia de la Fórmula 1 -en realidad es mulato, hijo de padre negro y madre blanca-, sintió la llamada de su vocación en el balcón de la casa de su padre, en Hertsfordshire, donde se refugiaba de la crisis sufrida por la separación de sus progenitores. Allí descubrió que nada le gustaba tanto como jugar con coches teledirigidos.

MULTIRRACIAL

El chico retraído y víctima de episodios racistas acabó soltando el mando teledirigido para agarrar con fuerza el volante de un bólido. Ahora, encarna esa Inglaterra multirracial y multicultural que predica e impulsa Tony Blair. Su simpatía, su discrección y su fulgurante carrera, le han convertido en ídolo de un país huérfano de pilotos y ávido por recuperar el sitio natural que merece en la Fórmula 1. De hecho, en los tabloides británicos ya se dice que Vodafone querría ficharlo mediante un contrato privado que haría de Lewis el deportista mejor pagado del mundo, junto a Tiger Woods y David Beckham. De momento, el chico cobra de McLaren 2,5 millones de euros al año.

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