Dos rápidos datos definen a la cineasta danesa Susanne Bier. Uno: en 2002 contribuyó al renovador pero minoritario movimiento Dogma de Lars von Trier con la multipremiada Te quiero para siempre. Y dos: Hollywood prepara remakes de sus dos últimos filmes, y actualmente Bier mezcla lo que acaba de rodar en California, con Halle Berry como protagonista y Dreamworks (es decir, Steven Spielberg) como productora.
Otro tanto sucede con la película que ahora trae a la danesa a la cartelera española. Después de la boda, protagonizada por el último anti James Bond, Mads Mikkelsen, es un afortunado cruce entre un formato comercial de alto ritmo y una temática, los secretos de familia, tratada en carne viva. No por nada, el filme fue candidato a mejor película de habla no inglesa en los Oscar 2007.
«El tema, las mentiras que se cuentan padres e hijos, es demasiado duro, había que darle ritmo», justifica Bier (Copenhague, 1960) el tono por momentos culebronesco que toma el relato, que no deja apenas respirar al espectador, en la línea de Secretos y mentiras (Mike Leigh), pero sin hacer tanta sangre y sin interpretaciones tan contundentes.
Inopinadamente, Bier explica por vía telefónica desde Los Angeles que «realmente el proyecto empezó como comedia, pero luego fue cambiando». El filme cuenta cómo un cooperante en Bombay (Mikkelsen) regresa a Dinamarca y descubre que su pasado personal tiene muy directa relación con el benefactor de su orfanato indio (Rolf Lassgard). «Escandinavia es un nido de secretos», admite Bier.
«Pero más que oscurantismo, es como un sentido de la responsabilidad, un potente pudor... Se da mucho la circunstancia de que la gente tiene padres secretos... Y esto no es nada nuevo: es algo que está en nuestro teatro, en Ibsen, en Strindberg...», cuenta.
La directora da otra pista de por qué Hollywood la abraza ya como una de las nuestras: «Es cierto que el ritmo es fundamental, tuvimos muchos problemas al editar el filme y lo solventamos con diálogos con la audiencia: hicimos seis pases con público según íbamos rodando, y la verdad es que el resultado cambió radicalmente». Cine a la carta, pues.
El filme sondea también algunas aristas inciertas de la solidaridad: «Harías cualquier cosa para ayudar a alguien en el Tercer Mundo, pero no en el lugar en que naciste», le reprocha un personaje a otro hacia el final. Habla Bier: «No he querido hacer un juicio de valor, pero estamos hartos de ver gente que es incapaz de ayudar a quienes tiene al lado, mientras que llora al ver la pobreza en, no sé, Somalia».
La película bordea el cliché -y por momentos cae con estrépito en él- cuando retrata la vida del cooperante en Bombay, rodeado de niños hipersonrientes en plena miseria. ¿No temió Bier ser superficial en esa cuestión? «Queríamos que Bombay no fuera absolutamente triste, que hubiera un contraste».
Después de la llamada del amigo americano, ¿el futuro de Bier está ya en Hollywood, a caballo con Europa, o...? Respuesta rutinaria: «Mira, yo hasta ahora he hecho el cine que he querido, venga de Hollywood o de Europa. Así que no sé qué me traerá el futuro». Por lo pronto, en España en noviembre, el estreno de Things we lost in the fire, con Halle Berry y Benicio del Toro.