Domingo, 15 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6328.
ESPAÑA
 
LUCHA ANTITERRORISTA / «Ramón y Vanessa [que han decidido no presentarse a los comicios] estaban preocupados por el envalentonamiento de esta gente» / «Tenemos miedo, pero sobre todo ganas de luchar por la libertad»
Otra pareja de concejales del PP amenazada por ETA decide seguir
CARMEN REMIREZ DE GANUZA

MADRID.- Carlos García y Nerea Alzola -él es concejal de Bilbao y ella, única edil del PP en el Ayuntamiento vecino de Sondica- no tienen hijos. Llevan siete años de novios y ya han dado una entrada para un piso. Ellos sí han decidido volver a presentarse a las elecciones -él ha pasado del número ocho al cuatro de la lista del PP de Bilbao-, pero no paran de repetir que no saben lo que habrían hecho en el caso de sus compañeros Ramón y Vanessa, y que si algo no se puede decir de ellos es que hayan actuado por miedo, y sí por responsabilidad. Sigue en página 10

«Estaban muy preocupados, como nosotros, por el envalentonamiento de esa gente en la calle, por la vuelta de la kale borroka, y por la impunidad de algunos delitos, pero ellos, como tanta gente del PP, y también del PSOE en el País Vasco, son gente de principios».

Carlos y Nerea lo sabían desde hacía más de un mes. Ni siquiera se había desarticulado el comando Donosti cuando Ramón y Vanessa les contaron, en un acto de la Fundación Miguel Angel Blanco, que habían decidido tirar la toalla.

«No hacía falta que nadie del Gobierno les dijera que estaban en peligro», decían ambos ayer, «porque ellos mismos lo habían percibido a través de pintadas y seguimientos como los que hemos tenido nosotros».

De eso hablaron precisamente los cuatro aquel día. De eso, y de la niña; ese bebé de anuncio de apenas 10 meses que tanto ha pesado en la decisión del matrimonio.

«Nosotros tenemos miedo», confiesa en todo caso Nerea; «si no, no seríamos humanos. Pero no permitimos que eso nos supere, porque lo que sobre todo tenemos son ganas de conseguir la libertad y de defender el derecho a la vida, que, aunque parezca mentira, en este rinconcito de España no existe».

«Más que miedo», dice Carlos, «lo que tenemos es conciencia plena de lo que nos jugamos. Pero, desde luego, vamos a seguir y no se lo vamos a poner fácil».

Poco condescendiente con el Ministerio socialista del Interior, pese a la información recientemente facilitada por Rubalcaba a la cúpula del PP, el edil se muestra «desconsolado» porque el Gobierno llegó a desmentir en una nota que hubiera seguimientos a concejales del PP del País Vasco después de que él mismo revelara el informe entregado por sus propios escoltas. «Ahora se ha visto por el comando Donosti que sí los ha habido, y mi duda es si es ETA quien ha engañado al Gobierno o si es el Gobierno el que ha engañado a los españoles», concluye el joven político que, a sus 30 años recién cumplidos, ya acumula tres pruebas policiales de haber sido objetivo de ETA. La más llamativa, aquella documentación incautada a Susper en Francia en 2005 en la que se decía que ETA tenía ya las llaves del portal de su casa; la más concluyente, la que años antes llevó a un vecino suyo, Iñigo Muerza, a la cárcel. «El activista, contra el que había llegado a jugar al fútbol en su barrio de Santuchu, había recibido órdenes de atentar contra mí». También fue objeto de seguimientos en la universidad.

Al lado de todo eso, casi parece una broma que el jueves pasado el nombre de Nerea apareciera pintado en el centro de una diana sobre un «Gora ETA», a pocos metros de su casa.Y eso que no era la primera vez. El 6 de febrero, la amenaza contra Nerea y el PP había sorprendido a la concejala en el mismo muro de hormigón.

«Hoy he recibido la llamada de un nacionalista cuyo nombre no puedo dar para darme ánimos», contaba ayer Nerea. «'Dale un beso a Carlos', me ha dicho, y 'tú, cuídate mucho'. Claro, como es nacionalista y tiene su ideología, me decía, muy convencido, que 'todo esto se va a acabar pronto, seguro', pero lo que me estaba transmitiendo, de momento, era su preocupación por nosotros. Él sabe que la situación está muy complicada».

En realidad, poco o nada ha cambiado en estos meses el día a día de esta pareja de jóvenes que, cada vez que salen a dar un paseo o a tomar unos potes, lo hacen seguidos por una legión de cuatro escoltas. Siete años seguidos en esta situación son suficientes para asumirlo, pero no para dejar de contarlo. «La situación es bastante difícil y ya apenas salimos por las noches», dice Carlos; «los escoltas cumplen con su obligación, pero la verdad es que tenemos poca intimidad. Nos cuesta hasta darnos un beso».

Lo de ETA, para Carlos y Nerea, no ha cambiado. En su opinión, la detención del comando Donosti no ha hecho más que confirmar que ésta ha sido otra tregua-trampa. Mucho más les preocupa lo otro, o sea, la «vuelta de Batasuna». Ellos no se paran en discursos políticos. Y eso que llegan a afirmar que «el Gobierno sigue en las mismas» y que, a diferencia con el del PP, que tras la tregua «fue a por ellos, hasta echarlos de las instituciones», el de Zapatero «está mercadeando con la vida y la libertad de sus propios militantes en el País Vasco».

Lo que hacen Carlos y Nerea, más bien, es denunciar lo que a ellos les alcanza. «El jueves mismo salía yo del Ayuntamiento de Sondica cuando entraban los de Batasuna a entregar las firmas de su nueva lista electoral. Nada más verme, empezaron a llamarme 'fascista', 'española' -esto, la verdad, no me importa- y a gritarme en euskera 'vete de aquí'. Pues bien, quien más me gritaba era un chico que se presentó en su día por Batasuna y luego por todas las candidaturas que han ido ilegalizando...». «Di el nombre, dilo», interrumpía Carlos. «Sí, claro, se llama Pablo Frías, así que ya tienen otro dato, por si el Gobierno quiere de verdad ilegalizarlos». «Y yo doy otro, el de David Alonso», replica él.

El comentario encierra, claro, la sospecha: «Yo no confío en el Gobierno», termina Nerea, «sino en la sociedad española, y por eso sigo aquí».


«Gente que me vota me pone mala cara»

A pesar de todo, Nerea tiene cosas que contar en positivo, como ese «taco de folios» que ha visto en la sede del partido en Bilbao con los nombres de afiliados del País Vasco que se han ofrecido voluntarios a cubrir las listas electorales. «La gente es consciente del peligro. Somos una gran familia y sabemos lo que pasa, pero los afiliados están cogiendo mucha fuerza y la centralita, estos días, no ha dejado de sonar».

Sorprende escuchar hasta qué punto lo tiene claro: su papel es representar a esos «cientos» de vecinos que le votan pero que no se atreven a saludarle por la calle. «Algunos sólo cruzan en público un guiño, y luego me llaman por teléfono». Nerea comparte con un concejal del PSOE, Angel, la minoría en un Ayuntamiento copado por ocho concejales del PNV y uno de EA. Sabe bien lo que ocurre en un pueblo de 4.300 habitantes. «Sentada en la mesa del colegio electoral, he visto pasar por delante de mí a gente que sé que me vota y que, delante de los demás, me pone mala cara o se hace la sueca. Yo lo entiendo, porque aquí el que no se mimetiza con el ambiente nacionalista sufre una verdadera exclusión social. Y por eso creo que tengo que seguir, porque toda esa gente tiene derecho a poder decir lo que piensa».

«Eso no pasa en Bilbao», dice Carlos, que fue antes concejal en Sondica, «sino en los pueblos, que es donde la gente se conoce y donde el PNV más recoge las nueces del árbol...».

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