Al menos 50 personas murieron ayer en Irak, 34 de ellas en un atentado suicida en Kerbala, ciudad santa para los chiíes. Más al norte, en Bagdad, la violencia continúa pese a la implantación del plan de seguridad. La policía informó de que un kamikaze detonó su bomba cerca de un checkpoint junto al puente Jadriyah de la capital iraquí. En este suceso murieron al menos 10 personas, en el segundo atentado contra un puente en Bagdad en los últimos tres días.
En las imágenes que emitió ayer la televisión sobre la matanza de Kerbala, podía verse a un hombre muy turbado que mecía el cuerpo destrozado de un niño pequeño, mientras varios testigos hablaban de cómo la explosión había provocado que saltaran por los aires las partes de cuerpos de varias víctimas. El ruido de las ambulancias era el telón de fondo de este escenario atroz.
«Escuché una explosión terrorífica. Nunca me habría imaginado que pasara esto en Kerbala, actualmente una ciudad segura», dijo Ali Mussawi, de 30 años, propietario de un almacén situado a 50 metros del lugar de la detonación.
Poco después, la policía iraquí disparó al aire para dispersar a la multitud que culpaba a las autoridades locales de la falta de seguridad. Mientras los helicópteros estadounidenses sobrevolaban Kerbala, a 110 kilómetros al suroeste de Bagdad, las autoridades locales decidieron imponer un toque de queda indefinido.
El ataque tuvo lugar cerca de un mercado muy concurrido situado a 200 metros del santuario del imam Husein, donde el nieto del profeta Mahoma está enterrado.
Provocación mayúscula
Los atentados en las inmediaciones de los santuarios buscan una reacción colectiva difícil de controlar. Son la mayor provocación contra el pueblo que venera esa creencia -en este caso se trata de un santuario chií-.
El ataque del santuario de Samarra en febrero de 2006 desató una oleada de violencia sectaria que ha desembocado en una guerra civil no declarada. Jaled al Rubaie, del Hospital Al Hoseini de Kerbala, dijo ayer que 41 personas habían muerto y otras 138 habían resultado heridas, muchas de ellas mujeres y niños.
En la confusión de cifras, una fuente policial elevó poco antes el balance mortal hasta las 65 víctimas, mientras Salim Jatham, encargado del departamento de salud, reconocía 32 muertos y 58 heridos.
Los insurgentes también recurrieron a un suicida para atacar el puente Jadriyah en Bagdad, aunque la estructura apenas resultó dañada. Desafortunadamente sí hubo víctimas mortales, alrededor de 10. Los cadáveres se apilaban en la parte trasera de una ambulancia y podían verse también un par de zapatillas de deporte junto a un cuerpo calcinado de otra víctima.
En otro atentado perpetrado ayer por un kamikaze perdieron la vida cinco soldados iraquíes en un control militar en la localidad de Biyi, al norte de la capital.
Dos días antes, un camión bomba mató a siete personas en el puente de Sarafiya. En este caso la mayor parte de la estructura de acero del puente quedó destruida. El portavoz del Parlamento iraquí, Mahmud Mashadani, dijo que ese ataque formaba parte de una conspiración para dividir a la ciudad. Existen una decena de puentes a través del Tigris en Bagdad.
El plan de seguridad puesto en marcha hace dos meses por las fuerzas de seguridad iraquíes y estadounidenses ha reducido el número de atentados, pero todavía no han encontrado la manera de evitar los ataques suicidas, especialmente los que tienen lugar fuera de la capital. El jueves un suicida logró entrar en la cafetería del Parlamento iraquí, situado en la fortificada zona verde de la capital, y se inmoló con explosivos. Acabó con la vida de ocho personas, entre ellas un diputado.