Domingo, 15 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6328.
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 NUEVA ECONOMIA
CRISIS EN EL BANCO MUNDIAL
EL ESCANDALO 'MUNDIAL' DEL HALCON DE BUSH
Paul Wolfowitz, antiguo 'número dos' del Pentágono y actual presidente del Banco Mundial, puede tener los días contados al frente de la institución que con más ahínco lucha contra la pobreza. La subida de sueldo que concedió a Shaha Ali Riza, funcionaria de la entidad, con quien está unido sentimentalmente, le ha puesto en la picota. Por
Pablo Pardo / Washington

El amor ha causado al presidente del banco más daño que el que le han provocado dos décadas defendiendo, en la primera línea de la política de Estados Unidos, unas ideas más que controvertidas. Paul Wolfowitz ha sobrevivido a todo. Incluso a un intento de asesinato el 26 de octubre de 2003 en Bagdad. Seis misiles dieron en el piso inmediatamente inferior al que él ocupaba en el hotel Al-Rashid, matando al coronel estadounidense Charles Buehring.

El ex halcón del Pentágono, antiguo número dos, sin afeitar y con la voz temblorosa, declaraba pocos minutos después a una cadena de televisión: «Vamos a hacer nuestro trabajo a pesar de los actos desesperados de un régimen moribundo de criminales».

El mejor amigo de George W. Bush atraviesa hoy por su peor momento: El aumento de sueldo a una funcionaria del Banco Mundial, Shaha Ali Riza, con quien está unido sentimentalmente desde hace años, le ha puesto en la picota. La Asociación de Funcionarios, que agrupa a unos 10.000 trabajadores de la entidad, ha pedido su cabeza.

A pesar de su susto cuando la guerra que él contribuyó a desatar llegó al piso de abajo de su hotel, no hay constancia de que Wolfowitz sea un cobarde. Pero sí de que es tímido. También de que es muy emocional.

Muchos atribuyen su implicación en Irak a su amistad con el exiliado iraquí Ahmad Chalabi, un personaje controvertido, condenado in absentia en Jordania a cadena perpetua por fraude bancario y al que se atribuyen gran parte de las informaciones falsas sobre las armas de destrucción masiva de Sadam y sobre la presunta gratitud con que los iraquíes iban a recibir a los estadounidenses (que no incluían, obviamente, los seis misiles contra su amigo Wolfowitz). Los que le conocen también dicen que, en materia económica, es un hombre relativamente de izquierdas.

Ahora, el carácter impulsivo y la escasa capacidad de Paul Wolfowitz para conectar con los demás pueden ser su tumba política, ya que le llevaron a compensar de forma desmesurada a su novia cuando ésta tuvo que dejar el Banco Mundial para evitar un conflicto de intereses con él.

«O es tonto o no es ético, y en ambas opciones no está cualificado para dirigir el banco», decía el jueves a EL MUNDO un alto funcionario de la entidad, que se identifica como «republicano conservador», por lo que no comparte la tirria ideológica contra Wolfowitz que está tan extendida en la organización.

La crítica se refería a la oleada de noticias aparecidas en la última semana detallando cómo Wolfowitz compensó a su novia por la interrupción de su carrera profesional que había ocasionado su nombramiento como presidente del banco.

Dado que Wolfowitz y Riza no podían trabajar en la institución -habría supuesto un conflicto de intereses- el presidente ordenó para ella una excedencia en unas condiciones extremadamente favorables.

Eso se tradujo en una subida salarial de 60.000 dólares, hasta los 193.590 dólares (144.000 euros) de sueldo anual neto -una cantidad que supera en 7.000 dólares a la que cobra la propia secretaria de Estado Condolezza Rice -, y en una categoría profesional que sólo deja a cuatro personas en el banco -incluyendo al propio Wolfowitz- por encima de ella. A cambio, Riza se fue al Departamento de Estado, primero, y luego a Fundación para el Futuro, una ONG financiada por el Gobierno de EEUU. En ambos organismos su salario corre a cuenta del Banco Mundial.

Pero si Wolfowitz pierde su trabajo, no será por ese caso de corrupción, sino por algo más pedestre: el odio que le profesan sus subordinados.

Su gestión al frente del banco ha estado marcada por su desprecio hacia los funcionarios. Y éstos han contraatacado al filtrar a los medios de comunicación, justo en vísperas de la reunión de primavera del Banco y del Fondo, el tratamiento de Riza tras la llegada de Wolfowitz.

Eso le ha dejado contra las cuerdas, a pesar de que lo que ha hecho con Riza no es excepcional. «Eso pasa aquí a diario. No se buscan candidatos a la medida de los puestos, sino puestos de trabajo a la medida de candidatos que ya han sido seleccionados de facto. El banco tiene problemas mucho más serios que la novia del presidente», declaraba el miércoles una funcionaria de la entidad que, a su vez, se define como «de izquierdas y en absoluto simpatizante de Wolfowitz».

La misma fuente añadía: «Aquí todos los trabajos se consiguen por conexiones. Está la mafia de SAIS [la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Johns Hopkins, de la que Wolfowitz fue decano entre 1993 y 2001], la mafia de Georgetown, la mafia de Harvard, la mafia italiana, la mafia coreana...». La mafia española no existe. Los pocos funcionarios con pasaporte español del banco no sólo no tienen una relación particularmente estrecha, sino que están divididos por cuestiones políticas.

Ahí es donde Wolfowitz aterrizó hace dos años, procedente del Departamento de Defensa, con una bien ganada reputación de neoconservador, un grupo de ideólogos que afirma que Estados Unidos debe ser «un imperio benévolo». Evidentemente, esa ideología no es la mejor para dirigir una institución que tiene un enfoque multilateral de la lucha contra la pobreza, una tarea a la que destina créditos por 20.000 millones de dólares -15.000 millones de euros- al año.

Es una cifra considerable, pero que apenas supone el 5% del presupuesto del Departamento de Defensa de EEUU del que Wolfowitz era el número dos hasta que llegó al Banco Mundial. Aunque lo que él quería era ser secretario de Estado. En una reunión con sus ex colegas de SAIS en 2003, dijo: «Ser subsecretario es como ser la boca de riego». Y, en EEUU, las bocas de riego es donde mean los perros.

Tras llegar al Banco, Wolfowitz empeoró las cosas. En lo que pareció un desprecio a la burocracia del banco -un monstruo de 23.000 empleados- dio contratos desmesuradamente favorables a tres neoconservadores: la experta en Defensa y ex funcionaria de la Casa Blanca Robin Cleveland, al ex funcionario del Pentágono Kevin Kellems y a su ex colega de SAIS Karl Jackson.

Algunos esperaban que Wolfowitz fuera un nuevo Robert McNamara, quien, tras ser el arquitecto de la Guerra de Vietnam, se convirtió en el mejor presidente del Banco Mundial. Pero McNamara tenía un inmensa experiencia como gestor, ya que había sido presidente del gigante automovilístico Ford. Y Wolfowitz es lo contrario. Es un ávido lector de Commentary (Comentario), la revista de los intelectuales judíos conservadores, a la que un izquierdista Woody Allen ridiculiza en su oscarizada película Annie Hall llamándola Dissentery (Disentería ). El máximo responsbale del Banco Mundial es un hombre de una honestidad intelectual -se esté de acuerdo con él o no- impecable. Es, por ejemplo, un judío secular que en 2002 fue abucheado en una reunión con miembros de la comunidad hebrea estadounidense cuando pidió la creación de un Estado palestino. Pero todos los que le conocen insisten en que es incapaz de encontrar un papel en su despacho.

Esa mentalidad luce bien en las novelas. Y, de hecho, Wolfowitz inspiró al Premio Nobel de Literatura Saul Bellow el personaje de Philip Gorman, que aparece en su novela Ravelstein -como suele suceder en estos casos, a Wolfowitz no le gustó cómo le dejó Bellow-. Pero no encaja en el Banco Mundial, donde Wolfowitz ha centrado su agenda en la lucha contra la corrupción.

Para ello, ha empezado a cancelar créditos a países que no cumplen estándares de buen gobierno. Eso es problemático porque, como ha explicado un funcionario de la entidad a EL MUNDO, «aquí de lo que se trata es de dar créditos. Si yo quiero trepar en el escalafón, tengo que conseguir que el banco apruebe líneas de financiación a los proyectos sobre los que tengo responsabilidad».

Así que el nuevo presidente estaba actuando de forma directa contra la forma de hacer las cosas comúnmente aceptada en el banco. Y, encima, tomando decisiones de forma unilateral. Cuando en febrero de 2006 supo que el presidente de la República del Congo, Dennis Sassou Nguesso, se había gastado 225.000 euros en hoteles en Nueva York, ordenó un endurecimiento de las condiciones a ese país. Con esas decisiones, Wolfowitz cavó su tumba.

Wolfowitz está a punto de caer por la forma de hacer las cosas del Banco Mundial, una institución en parte dominada por los pactos entre caballeros. Él ha tratado simultáneamente de ir contra eso y de beneficiar a Riza usando ese sistema.

Tal vez debería haber recordado el caso de, entre otros, el presidente saliente de la CNMV, Manuel Conthe, al que el predecesor de Wolfowitz, James Wolfensohn, degradó de su puesto de vicepresidente para el Sector Financiero del Banco por criticar a la institución. Y es que, como dejó escrito el propio Conthe en 2001 en un memorándum interno: «Desafortunadamente, lo que el personal del Banco identifica y condena en los países en desarrollo, poca gente tiene el valor de reconocerlo: igual que en la fábula, no siempre es fácil decir que el emperador está desnudo».

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