TOM BURNS MARAÑON
Como todo en la vida, hay dos clases de conductores. Los que son zotes y los que no lo son. Estos últimos no requieren abogados que defiendan sus puntos con uñas y dientes, ni sofisticados aparatos que les avisen de radares inminentes. Tampoco beben si conducen. A éstos les irrita el agresivo machaque de mensajes publicitarios que les dice que la DGT no puede conducir por ellos. ¿Por qué iban a conducir por ellos? Y les molesta que las pantallas en las autovías den avisos condescendientes o, peor, datos de muertos en años pasados, en lugar de informar sensatamente sobre las condiciones del tráfico que les espera. A los zotes les da todo igual, las campañas publicitarias les entran por un oído y salen por el otro. Pasan olímpicamente de puntos, de radares, de controles de alcoholemia y del código de circulación. La carretera es suya y tanto el adelantamiento por la derecha, como el gozo de la velocidad, son derechos inalienables.
Tan de sentido común como lo anterior es tener presente que ni la mejora de la red vial ni el refuerzo de quienes vigilan el tráfico que por ella transita guarda proporción alguna con el aumento de vehículos. Sin duda habrá que invertir mucho en las vías, puede que en las secundarias mucho más que en la pequeña proporción de la red, un escaso 15%, que depende propiamente del Estado y que gestiona el Ministerio de Fomento. Habrá que invertir tanto o más en agentes de tráfico y también en radares y en artilugios diversos que no puedan ser detectados. Pero el problema principal es cosa tan elemental como el de la educación. A mayor civismo, menos accidentes. Vean las cifras en los países que adelantan a España en el ranking cívico. Aquí el aumento de vehículos en carretera es equivalente al de conductores zotes.
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