Domingo, 15 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6328.
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Cine de verano
CARMEN RIGALT

Un año más, los saharauis montan su festival de cine con más ganas que proyectores

Allí han llegado los famosos de España, los titiriteros que dicen algunos

Todo se hace en torno a la jaima y con la única arma válida para el desierto: la paciencia

Dajla no es Marina D Or, pero tampoco hace falta. El lugar es más exótico y cuenta con el honor de haber sido la sede del IV Festival de Cine Saharaui. Para montar un festival de cine sólo se necesita un proyector y muchas ganas. A los saharauis les faltan proyectores (seguramente los piden prestados) pero les sobran ganas. Dajla está en pleno desierto argelino, cerca de Tinduf. Es una de las divisiones administrativas del campamento de refugiados saharauis y toma el nombre de la ciudad situada en el Sáhara Occidental, hoy ocupado por Marruecos.

En el campamento hay gente que nunca antes había visto un cine, y el festival se ha encargado de ponerlo. Es un cine de verano, pero a lo bestia. Una pantalla gigante atada a un contenedor y muchos asientos (en el desierto todo es pura platea). La cuarta edición del festival, organizado por la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui en colaboración con la AECI, ha llevado al desierto Volver, El laberinto del fauno, Alatriste, etc. El mejor viaje es la ficción, y gracias al cine los saharauis están dando la vuelta al mundo.

Son días de fiesta. Han llegado muchos invitados de España. Son famosos que salen en televisión, pero eso no lo saben los saharauis porque en los campamentos tampoco hay televisión. Este año les visitan Rosa Sardá, Carmelo Gómez, Verónica Forqué, Willy Toledo, Juanjo Puigcorbé, Silvia Abascal. Titiriteros, como dicen algunos para desacreditarlos. Pancartistas. Este año se han repartido el trabajo: de aquí para allá, al Sáhara. Y aquí para allá, a Entrevías. Los actores han rescatado sus viejos abalorios hippies y se han entregado a la causa del pueblo ignorado. Faltó Javier Bardem, cuya presencia había sido anunciada (Luis Corcuera, director del festival, es también el director de Invisibles, el documental que Bardem anda promocionando últimamente). También está anunciada, aunque fuera del marco del festival, la presencia de Zerolo, que irá en plan Baker, pero disimulando.

Los refugiados llevan en el desierto argelino más de 30 años. Durante ese tiempo han nacido varias generaciones de saharauis cuyo horizonte siempre ha sido el mismo: un inmenso océano de arena. La vida es dura en el campamento y los días tardan mucho en pasar. Aquí no hay propiedad, no hay dinero, no hay nada. Se comparte la leche de cabra y el sueño de regresar a la tierra prometida. Los saharauis han inventado una nueva dimensión del tiempo y la paciencia es el arma que les ayuda a enfrentarse a la vida.

Muchos españoles bajan en caravana hasta los campamentos llevando escuelas, medicinas, comida, mantas. Tratan de compensar así el trato dispensado por los distintos gobiernos de España. Los saharauis se quejan, pero no lo echan en cara. Son nobles, hospitalarios, magnánimos, y el desierto los ha hecho fuertes. Siempre te reciben ululando y ofrecen lo poco que tienen. En verano nos envían remesas de niños para que les enseñemos a sobrevivir fuera de la jaima. En España aprenden a montar en bicicleta, chapotean en la playa, se constipan bajo el aire acondicionado y duermen en una cama con patas. Luego regresan a los campamentos y comprenden que su vida está amputada. Sólo el cine de verano les permitirá acariciar de nuevo la alegría estival.

El centro de la vida es la jaima. Ella te protege del calor y también del frío, te da cobijo en la siesta y recoge la noche para las confidencias. La jaima es como un útero. No existe un hotel de cinco estrellas con las propiedades terapéuticas de la jaima. Recuerdo muchas escenas de jaima, especialmente escenas a contraluz, cuando el sol era fuerte y se colaba por las costuras de la lona. En una de aquellas sesiones de amistad conocí a Zahra Ramdann, que entonces estaba casada con un significado militante polisario. Hoy Zahra vive en España y trabaja para las mujeres de su pueblo. La encuentro en algunos fregaos políticos, siempre envuelta en una melfa de colores vivos que destaca sus ojos oscuros y acharolados. He de pedirle a Zahra que el próximo año me saque una entrada para el festival de cine. Una entrada de platea.


Desarrollo insostenible

PAQUIRRIN. A veces tengo la impresión de que la única vida que ocurre, ocurre en los extremos. Las noticias tibias no existen y si existen, no se difunden. Así, vamos de los muertos en carretera a los vivos en la operación Malaya y de Paquirrín al Titadyn, por ceñirme al ejemplo que nos ocupa. En la España golfa y soliviantada de nuestros días, Paquirrín es la metáfora. A este joven parado los reporteros de la cámara oculta lo han pillado entrando con sus amigos en un putiferio del extrarradio de Sevilla, donde el hijo de la Pantoja corrió con los gastos del convite. El que paga, manda. Paquirrín no torea como su padre ni canta como su madre, pero se divierte como él solo y subvenciona las alegrías de los amigos que se le suben a la chepa. Dicen que tras esa imagen de Atapuercas s man al volante de un automóvil de moda se esconde un joven apacible y buena gente (sic). Nunca he sabido muy bien qué significa esa expresión. Para mí que «buena gente» es todo aquel que no ha recibido la facultad de la inteligencia ni ha hecho méritos para alcanzar la santidad, pero goza de reconocimiento popular y recibe muchas palmadas en la espalda. Desde el instante mismo de su nacimiento, Paquirrín ha sido objeto de persecución de los paparazzi. Convertido en ídolo de barrio, muchos jóvenes envidian su suerte. Vive en paro voluntario, recibe paga semanal y cuida la herencia paterna. Su vida es un recreo continuado. Monta a caballo (clava la figura de Sancho Panza), disfruta en las ferias, duerme hasta las tres de la tarde y va de romero por los abrevaderos de Sevilla. Paquirrín (Kiko para su mamá) es una consecuencia del empeño que los mayores han puesto en él. Especialmente, los paparazzi. Dios los cría y ellos, etcétera.

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