Lunes, 16 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6329.
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¿Qué es, en el fondo, actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo? (Laurence Olivier)
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PRISMA
Un panorama sombrío y complejo
JOSEP MIRO I ARDEVOL

El estado del bienestar constituye una de las características específicas más relevantes de la sociedad europea occidental, y como afirma Amartya Sen, uno de sus valores de mayor significación universal. En términos generales consiste en ofrecer a la persona un sistema de protección que permite disponer de la sanidad, y la enseñanza de sus hijos gratuitamente o a muy bajo coste, y sobre todo, la pieza clave del arco, una pensión más que menos suficiente para las personas que alcanzan la edad de la jubilación.También significa más cosas: seguro de desempleo, ayudas a la invalidez, por viudedad, entre otras. En definitiva se trata de un sistema de transferencias intrageneracional, por ejemplo los que trabajan, con los que no pueden hacerlo, pero sobre todo intergeneracional, de hijos a padres -las pensiones- y a la inversa; la enseñanza gratuita como referencia más relevante.

Todo este complejo andamiaje posee un nombre equívoco: «estado del bienestar», dando a entender, que es él quien lo hace posible.De ahí nace parte de un grave y consolidado error. Pensar que el bienestar es un valor dado independiente de nuestro comportamiento y que está en manos del estudio el proporcionarlo. No es así.Para que exista un estado de estas características, es previo que exista una sociedad del bienestar y esto exige tres condiciones.Primera que los matrimonios tengan el suficiente número de hijos, más de dos. Si esta condición no se da el sistema público de pensiones, la jubilación, que con diferencia es la parte más costosa del bienestar, no puede existir, al menos no puede en un sistema de seguridad social basado en el reparto como es nuestro caso y el de la casi totalidad de países. La segunda condición es que existan los suficientes puestos de trabajo, y la tercera que la productividad sea la adecuada para que las cuotas a la Seguridad Social que pagan los trabajadores guarden una buena relación con las pensiones de los jubilados.

De estas condiciones España incumple varias y por eso el futuro del bienestar está en peligro. Nuestra natalidad es insuficiente, la productividad es muy mala, y además el valor actuarial de las pensiones no está bien ajustado.

Nuestra implosión demográfica es tan tremenda que nos situará como el país del más envejecido de la OCDE, junto con Corea y Japón en el 2050. Antes pero entre el 2018 y el 2025 la Seguridad Social, tal y como la conocemos, habrá quebrado.

Otro gran desequilibrio nos acompaña y crece. Se trata de las trasferencias del estado de «padres a hijos». En el 2004, escuela, sanidad infantil, y ayudas a la familia, superaba poco el 5% del PIB, mientras que la de «hijos a padres» era del 12% del PIB, pero de seguir como hasta ahora, en el 2050 las primeras solo habrán aumentado unas décimas, mientras que las segundas representarán el ¡22% del PIB! Es un desequilibrio excesivo que mucho antes de aquella fecha ya habrá dado lugar a conflictos y carencias graves. Pero ese desajuste tan acentuado nos señala además otro grave problema: quienes mantienen el estado del bienestar son los matrimonios con dos y sobre todo más hijos, pero éstos, como hemos visto reciben muy poco del estado, el 5% del PIB, pagan impuestos como todos y además tienen el coste intrafamiliar de la descendencia. Mientras quienes no tienen hijos no soportan aquel coste, pero experimentan todas las ventajas del estado del bienestar. Esta situación lo que hace es desincentivar todavía más la natalidad. Todo esto dibuja un panorama sombrío y complejo que requiere una atención política prioritaria, que desgraciadamente no se da.

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