Lunes, 16 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6329.
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CRONICA HISTORICA
El aroma perdido del café
Los añorados establecimientos modernistas sucumbieron a los cantos de sirena de la especulación inmobiliaria / Con ellos, pasaron a la historia las tertulias y las crónicas costumbristas ante una estimulante y humeante taza
ROGER JIMÉNEZ

Lugares de encuentro para literatos, pintores, músicos o desocupados, los cafés nacieron a finales del siglo XIX en la Europa meridional según el modelo de los establecimientos del norte de Europa y de Italia, como el Closerie de Lilas, en París, o el Carpano turinés. Eran locales donde encontrar, además del tradicional café, leche, té, chocolate, granizados, vino y cerveza, o champán, para acompañar un surtido de amenidades, dulces y saladas. Algunos resisten el paso de los tiempos, como el histórico Greco de la romana via Condotti, pero han perdido su antigua función como centros de difusión o de creación cultural.

Hasta mediados del siglo pasado era posible sentarse en la terraza de un café barcelonés, leer los periódicos del día y pedir recado de escribir. Muchas crónicas costumbristas, bocetos geniales y grandes proyectos salieron de aquellos locales llenos de tertulianos, donde era frecuente encontrar un pianoforte, y que también eran los lugares elegidos por las damas para encontrarse con las amigas.Europa, comentaba el viajado Lluís Foix, está hecha en los cafés.«En la conversación con una copa plantada en una mesa o con una taza de café llenando el ambiente de un olor inconfundible. Los cafés centroeuropeos, las tabernas y bares mediterráneos han conformado una civilización. La filosofía griega, el derecho romano y la religión de Israel han puesto los fundamentos.»

Según los expertos, la cafeína estimula la actividad cerebral, le va muy bien a los centros respiratorios. Tal vez debido a ello, el café ha sido la gran escuela de periodistas, escritores, artistas y políticos. El café Gijón en Madrid o los cafés de los modernistas catalanes, el Ateneu de Barcelona, el Zurich de la calle Pelayo, el Sandor de Francesc Macià, y los añorados Oro del Rhin, Moka, Torino o La Lluna. Estoy plenamente de acuerdo con Foix cuando dice que mientras haya cafés habrá diálogo y debate. Habrá vida.

En Roma, los veteranos del Greco me hablaban de irrepetibles tertulias a las que asistían Valle-Inclán en sus tiempos de director de la Academia de España; Josep Carner, quien acudía siempre que podía desde Génova; Juan Ramón Masoliver, secretario en su juventud de Ezra Pound y agudo crítico literario; Rafael Alberti y María Teresa León, cuando vivían en el Trastévere. Por el Greco pasaron la filósofa María Zambrano, pintores como Pedro Cano, novelistas como Justo Navarro, poetas como Marga Clark, arquitectos como Julio Lafuente o el inolvidado Josep Pla. Otro café legendario, el de la estación Termini, fue demolido durante el ventenio fascista, y otros más han caído en nombre de la modernidad y el progreso tecnológico.

En Barcelona, los añorados cafés modernistas han dado paso a las cafeterías de diseño y sin portón, o han sucumbido a los cantos de sirena de las dinastías capitalistas. Un recorrido tras sus huellas conduce, necesariamente, a un toque de melancolía.Nos dirigimos al número 18 del paseo de Gràcia, que fue la sede del Torino. El edificio, una joya del modernismo, fue construido en 1902, y como café desapareció en 1930, cuando ocupó su lugar una joyería. Muy cerca del Torino, en el cruce de paseo de Gràcia con la Gran Via, se encontraba un quiosco de bebidas muy similar al de Canaletes, que se mantuvo en pie hasta 1940. Estaba dedicado a promocionar los vinos italianos, y los detalles modernistas contribuían a la exaltación de la viña. También exhibía escudos heráldicos que, pintados sobre la fachada, anunciaban nombres de bebidas.

El Torino fue premiado por el Ayuntamiento en el concurso de edificios y establecimientos. Fue dibujado por Ricard Capmany, quien utilizó proyectos parciales de Falqués, Puig i Cadafalch y Gaudí. Intervinieron en su construcción el propietario del taller de ebanistería Calonja; Saumell i Garcia en los frescos; Urgell para los tapices; Massana i Buzzi para los rellenos escultóricos; Domènech i Montaner para los metales; los hermanos Tosso para las luces de cristal Después de conocer este elenco de artistas y de oficios resulta todavía más penoso no poder alcanzar a imaginar cómo era el interior del Torino, una visión que disfrutaron los barceloneses en el primer tercio del siglo XIX.

Otro icono insustituible era el calle La Lluna, en el número 9 de la plaza de Catalunya. Antes de su absorción por un banco, junto al hotel Colón y el teatro Barcelona, ocupaba un chaflán que imprimió durante años un tono jovial a la plaza. También fue premiado por el Ayuntamiento como reconocimiento al proyecto de los arquitectos Moragas y Alarma. Un espacio amplio y acogedor que, con su transformación y desaparición, la ciudad perdió unas hermosas estilizaciones florales de la entrada, particularmente en las vidrieras. Dos carteles de Ramon Casas reproduciendo el anuncio de Anís del Mono en sendos plafones superpuestos, se habían incorporado al paisaje urbano de la plaza.

Ciertamente, el modernismo contribuyó a crear un mundo en el que los cafés ocupaban el centro de gravedad social. Pero la obra modernista se ha destruido en buena parte a manos de una decoración vulgar. Como decía Espinàs, destruir una tienda modernista equivale a la destrucción de un portalón románico o un claustro gótico, porque con ello se borra uno de los momentos que han configurado la Barcelona y la Cataluña de nuestros días.

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