CARLOS BOYERO
Por culpa de mis prejuicios hacia lo que me huelo vocacionalmente raro, excesivo, vanguardista o hipermoderno, no fui pionero en descubrir el talento histriónico de un personaje singular y excelente showman llamado Santiago Segura, aunque gente con criterio y desprejuiciada me aseguraran que los cortometrajes habitados por el feroz Evilio chorreaban personalidad, provocación y gracia. Algo que pude constatar en la hilarante composición del actor Segura en El día de la bestia, la divertida y memorable comedia de Alex de la Iglesia. Y por supuesto, agradecí un montón al director Segura las carcajadas que me provocó el primer y muy divertido Torrente. Algo que no se prolongó con el resto de la saga, ni con los caricaturescos Isi y Borjamari, ni con el cochambroso oro moscovita, todas ellas bendecidas por el público, enganchado con un comediante deslenguado que ha creado un estilo de éxito masivo.
Yo disfruto con la agilidad mental, los reflejos, la sorna, la gracia, la irreverencia de este hombre incuestionablemente inteligente y listo. Por lo tanto, esperaba con ilusión su autoría absoluta en un programa de televisión, medio que sólo había frecuentado como invitado de lujo y que podía ofrecer mucho juego a su ingenio y a su mordacidad. Pero en la primera entrega de Sabías a lo que venías me quedo con las ganas de pasármelo bien e incluso me asalta el molesto rubor en algunos momentos.
Y reconozco que las intenciones son alentadoras. Que lo de satirizar hasta el esperpento las fórmulas y los arquetipos que utiliza el gran vertedero para embrutecer a su fiel audiencia podía crear espectáculo y corrosión, pero los pasotes con pretensiones sólo están justificados si funcionan bien, si ofrecen calidad y despiertan risa, esa bendita sensación que según nos asegura el propio Segura es tan buena como correrse.
Y el interés se mantiene cuando Segura abre su maliciosa boca, cuando parece improvisar en ese falso directo y despliega su potente sentido del humor y su brillante cinismo. Me río con la lucidez del anciano Tony Leblanc al contestar a la bienvenida que le da Segura: «Estoy encantado de estar aquí, aunque con los años que tengo la verdad es que estoy encantado de estar en cualquier sitio». También es evidente que Casillas se siente a gusto, que los chavales de barrio, por muy triunfadores que sean, siempre se reconocen cómplicemente entre ellos.
El resto, que es mucho, me deja impávido a pesar de sus pretensiones de surrealismo, de caricaturizar los vergonzosos modelos originales, de sarcasmo forzado. Ese universo de frikis es más patético que cómico, me saturan los guiños al espectador inteligente, el toque de humor salvaje me desagrada en vez de impresionarme. No sabía que venía a esto. Esperaba algo más sabroso del poderoso cerebro de su autor.
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