Lunes, 16 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6329.
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RECUERDOS DE UN IDILIO / El escritor estadounidense Lee Server evoca algunas de las anécdotas más jugosas de una relación que asombró al mundo / La excesiva afición de la actriz por el alcohol acabó con la historia
Las noches locas de la condesa descalza y el torero 'playboy'
El libro 'Ava Gardner, una diosa con pies de barro' reconstruye el tórrido idilio de los años 50 entre la actriz y Luis Miguel Dominguín
BORJA HERMOSO

MADRID. - Hubo un tiempo, hace medio siglo, lustro arriba lustro abajo, en el que Ava Gardner alternaba su reparto de dulzuras y furias entre dos contextos prioritarios: los set de rodaje y las barras de la noche madrileña. Pero también había tiempo para los tablaos flamencos. También para los días de tentadero regados de solysombra. Y para las frenéticas noches de hotel bañadas en vodka. Para las intempestivas irrupciones de medianoche en restaurantes fetén exigiendo ser servida aunque los camareros ya se estuvieran cambiando. Y hasta para los susurros y confidencias sexuales con amigas suyas, como Susan Tyrrell, a quien una noche, entre pelotazo y pelotazo, le dijo: «Tienes que irte de España, Susan... porque todos los tíos tienen pollas pequeñas y ya están follando antes de que puedas quitarte las medias».

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Pero a mediados de los 50, en pleno fulgor franquista y con España aislada del mundo, el animal más bello del mundo podía permitírselo todo... porque sabía que todo se le permitía.

La estela de Ava Gardner, que ya para entonces era una megaestrella de Hollywood tras haber protagonizado películas como Mogambo, Pandora y el holandés errante, Venus era mujer o La condesa descalza, era sencillamente grandiosa.

Pero la dimensión del personaje adquirió nuevos bríos a raíz de su tórrido romance con el torero Luis Miguel Dominguín, que por entonces era «el segundo español más famoso de España después de Franco», según su amigo Ernest Hemingway, que vio en él «una mezcla de Hamlet y Don Juan».

El escritor y cronista estadounidense Lee Server ha reconstruido en su biografía Ava Gardner, una diosa con pies de barro (T&B Editores) la atribulada vida española de la actriz. Los capítulos titulados Un español para Cenicienta y Sol y sombra evocan con infinidad de pelos y señales el feroz recorrido de ida y vuelta entre la mujer más deseada de Hollywood y la estrella absoluta del toreo de entonces.

Playboy irredento, dueño de una personalidad entre lo dandi y lo gañán, Luis Miguel Dominguín dio su mejor estocada en 1954. Son dos las versiones del encuentro entre el matador y la actriz: la que ofrece en su libro Lee Server habla de una fiesta en casa de Ricardo y Betty Sicre, un distinguido matrimonio que acabaría siendo prácticamente consejero de la célebre pareja. La otra versión es la que dio en su día Antonio Romero, el barman de Chicote, el casi legendario local de la Gran Vía. Según el testimonio de Romero, que ya recogió hace unos años Marcos Ordóñez en su libro Beberse la vida, la primera cita entre ambos se produjo en una mesa del propio Chicote. El camarero llamó a Dominguín y le dijo: «Tengo en el bar, sentadas en la misma mesa, a Lana Turner y Ava Gardner». En cosa de unos minutos, el torero estaba allí, sentado entre las dos estrellas, que ya habían acordado disputárselo en buena lid. La ganadora fue Ava Gardner. «Desde el primer momento que le vi, supe que era para mí», escribió la actriz en sus memorias.

El caso es que, en 1954, Ava Gardner venía huyendo de su traumática ruptura con Frank Sinatra, su tercer esposo tras Mickey Rooney y Artie Shaw. Los vínculos entre Sinatra -que estaba literalmente colgado de ella- y la protagonista de Las nieves del Kilimanjaro eran de naturaleza obsesiva, pero Ava Gardner no pudo soportar más aquel mutuo infierno de alcohol y broncas y buscó aire.

Se fue a Roma a rodar La condesa descalza a las órdenes de Joseph Mankiewicz. Pero en Roma empezó a acordarse día sí y día también de aquel joven torero a quien había conocido un año antes en Madrid. Sin dudarlo, Ava Gardner cogió el avión en Roma y se fue a Madrid, dispuesta a pasar las vacaciones de Navidad con él. Una suite del hotel Wellington sería el escenario de sus efluvios sexuales en aquel primer viaje.

Luego Ava Gardner volvió a Roma para finalizar el rodaje de La condesa descalza. Finalizada la película, regresó a Madrid en busca de su estoqueador favorito (aunque también había mantenido un encendido idilio con el torero Mario Cabré).

Sobre este segundo viaje escribe Lee Server en su libro: «Se instalaron en una suite del hotel Castellana Hilton y durante una semana Ava y Dominguín apenas salieron de ella. Para ser exactos, apenas salieron de la cama. Estaban uno encima del otro noche y día, como dos concupiscientes gatitos». Server evoca también el horror de Ava Gardner la primera vez que contempló desnudo a Luis Miguel Dominguín y pudo ver «sus recuerdos de los toros bravos» en los muslos, en las nalgas... y en el escroto.

El escritor y guionista Peter Viertel, autor de Cazador blanco, corazón negro, fue íntimo de la pareja y un día escribió de ella lo siguiente: «Formaban una pareja muy hermosa, la joven reina de la pantalla y el torero. Aun así, yo tenía la sospecha de que estaban interpretando un romance de cuento de hadas porque era lo que se esperaba de ellos como figuras míticas que eran, y eso, a la larga, no haría sino complicar su relación». No le faltaba razón a Viertel. En una de sus alocadas escapadas, la pareja -que ya había tenido varias broncas por la excesiva afición de ella al alcohol- recaló en un hotel de Nueva York. El torero se había enamorado, y ella no. El torero le pidió que se casara con él. Y ella dijo no. Dominguín se volvió a Madrid. A los seis meses contraía matrimonio con otra actriz, una bella italiana llamada Lucía Bosé. Ava Gardner seguía su senda, los pies descalzos, la moral libre, como una condesa salvaje.


Flamenco, 'solysombra' y otras juergas

Aquella modesta y discreta campesina de Carolina del Norte estaba llamada a convertirse en la mayor 'sex-symbol' del mundo y en una de las más cotizadas bestias del cine. Directores como George Cukor, Joseph L. Mankiewicz, Nicholas Ray, John Ford, Vincente Minnelli o John Huston se pegaron por tenerla y la tuvieron.

También fueron legión los admiradores que lucharon por ella, como el multimillonario Howard Hugues, que lo intentó con todos los recursos. Poseedora de una concepción de la moral consistente en guiarse por el libre albedrío, Ava Gardner encontró en España la versión más voluptuosa de la vida.

La protagonista de 'La noche de la iguana' era el ejemplo perfecto de mujer 'perdida' a ojos de la España de Franco: actriz, divorciada, no católica y profundamente libertina en lo sexual. Sin embargo, España fue su segunda patria. Fueron legendarias sus incursiones nocturnas por garitos madrileños como Los Gabrieles, El Duende, El Villa Rosa o Chicote. También era asidua de los bares de los hoteles Palace y Hilton, no así del del Ritz, donde acabó siendo vetada por sus excesos etílicos. También recorría recurrentemente los tablaos flamencos de Sevilla y visitaba con placer los agridulces antros del Sacromonte granadino. Para ella, el Madrid de los años 50 venía a ser algo así como la Costa Azul de los locos 20.

Borracha de 'solysombra' en la finca de Angel Peralta intentando banderillear a un toro, o tratando de convencer a un guardia civil de que bailara con ella en la finca mallorquina del escritor Robert Graves, o lanzada vestida a la piscina por un Dominguín al borde del ataque de nervios, Ava Gardner fue lo que pareció perseguir: el arquetipo del exceso hecho mujer.

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