FERRAN VILADEVALL. Especial para EL MUNDO
LOS ANGELES.-
«En general estamos muy poco informados y a veces somos demasiado inocentes». Éste es Mark Wahlberg hablando. Aunque hace referencia a sus conciudadanos, la afirmación podría aplicarse al resto del mundo.
«Lo irónico es que a menudo nos consideramos gente preocupada por nuestros derechos, sobre todo el de votar. Así que hay que ser consciente de quién se pone en el sillón de la presidencia, porque a veces no hay más remedio que salir a la calle y exigir que se hagan ciertos cambios». Suena a discurso político, y en cierto modo lo es. Viene a colación de la película El tirador, recién estrenada en España este fin de semana.
Un drama de acción en el que interpreta a un ex militar al que una facción del Gobierno -corrupta, of course- le pide que simule un atentado al presidente para cazar a un supuesto terrorista. Sin embargo, pronto se dará cuenta de que ha sido utilizado para otro propósito y tendrá que huir, buscar a los culpables y, llevado por un sentimiento de supervivencia, ajustar cuentas a los que le traicionaron. Es decir: venganza.
Y lo hace armado hasta los dientes, en un país donde el culto a la pistola es extendido. Menos para él. «Me produce cierta incomodidad el uso de armas. En un mundo perfecto estaría bien poder erradicarlas para sufrir menos violencia y agresión, pero como no se puede, entonces me parece que se tienen que dar a aquéllos que pueden hacer un uso correcto de ellas». ¿Como en la película? «Hombre, El tirador no es el documental de Al Gore, pero espero que pueda abrir los ojos a alguna gente. Si alguien en América además de pasárselo bien empieza a preguntarse algunas cosas, entonces hemos hecho un buen trabajo. Lo importante es que la gente empiece a hacer preguntas». ¿Y cómo se siente Wahlberg haciendo apología del ojo por ojo? «Como padre, hay cosas que tengo que considerar antes de aceptar un papel para una película. Pero en este caso creo que está justificado, porque los malos son muy malos», asegura con un ápice de sorna.
Lejos quedan sus días de joven problemático, trapicheo de drogas y temporada entre rejas incluida a los 16 años por asalto a un par de chicos vietnamitas. «Al principio pensé que cuando cerraron la puerta de la cárcel en mis narices fue el momento en que me hice hombre, pero creo que en realidad fue cuando nació mi primer hijo. Sentirme responsable de esa pequeña criatura es lo que me ha cambiado».
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