Es consciente el Barcelona de que ha jugado con fuego y de que una Liga con un Madrid regular, ni siquiera genial, un Valencia centrado en el torneo y un Turienzo de menos, probablemente habría segado su ciclo. Por eso no quiere precipitarse con la chequera. Pretende apagar fuegos, amarrar puntos y llegar al final con un tercer título consecutivo que le otorgue serenidad y perspectiva para tomar decisiones. La primera, Ronaldinho. No hay razones para una renovación, otra más, a la carrera. Ni es el momento de crear un agravio mayor en el vestuario, ni el brasileño está precisamente en posición de exigir, ni el Milan parece dispuesto a entrar en una cruenta y millonaria disputa con el club azulgrana. La cláusula de Ronaldinho es nada menos que de 125 millones de euros. El club de Berlusconi no pagará semejante cantidad, pero está al acecho, porque entiende que el Barça no ha ofrecido ningún mensaje contundente con respecto al brasileño.

Aunque Ronaldinho habla por boca de su hermano y a éste le gusta demasiado dejarse ver con dirigentes y contra el dinero, en el Barcelona creen que el jugador quiere continuar y eso les concede tiempo para no acometer con urgencia la enésima, y algo obscena, mejora de su contrato. La voluntad de Ronaldinho, sin embargo, es cambiante, y más en malos tiempos, en los que el brasileño considera que se le responsabiliza en exceso. Para eso es quien es y gana lo que gana.

Las dificultades del Barcelona ante el Mallorca pueden reverdecer la teoría de la dependencia del brasileño, pero la realidad es que Ronaldinho no está, por ahora, para salvar a nadie y que el equipo ha llegado al tramo final de la temporada con los fusibles fundidos. Suerte que la Liga está barata y que los rebotes le favorecen.