PABLO DE LA CALLE
Juan Antonio Flecha se mueve con soltura en el infierno del norte, la prueba sólo destinada a los incombustibles hombres de acero. El argentinoespañol se siente cómodo en el ingobernable potro de tortura levantado en el afilado pavés de la clásica París-Roubaix, allí donde se citan los masoquistas. El rodador, que ahora se gana la vida como lanzador de Freire en el Rabobank holandés, logró una espléndida segunda plaza en la emblemática prueba. Sólo fue superado por el fornido australiano Stuart O'Grady, uno de los gregarios de Carlos Sastre en el CSC.
Terminar la París-Roubaix supone un esfuerzo supremo. Aquéllos que han sufrido esta experiencia aseguran que acabas molido, como si te arrollara un tren. Te duelen hasta las pestañas y necesitas permanecer cuatro días tumbado en la cama. Los tramos adoquinados machacan los brazos, los riñones y la espalda. Pero tan agotador como el esfuerzo físico es el psicológico. Jamás se puede bajar la guardia porque el recorrido está repleto de trampas.
Flecha, cuando era aprendiz de ciclista, se crió presenciando aquellas antológicas imágenes de corredores con las bicicletas a cuestas y los rostros ennegrecidos a modo de mineros. Desde su etapa como profesional en el Relax, siempre anheló competir en la prueba que representa, como ninguna otra, la épica y el drama del ciclismo. Gracias al Rabobank ha conseguido cumplir con éxito su deseo. Ayer fue segundo, el año pasado fue cuarto y en 2005, tercero.
Accidente.
La dureza de la París-Roubaix parece estar diseñada a medida de este corredor formado en la adversidad. Nació en 1977 en Buenos Aires y a los cuatro años perdió a su padre en un accidente de tráfico. Pasó su niñez en la capital argentina y emigró a España al casarse su madre con un topógrafo de este país. Su padrastro fue el primero que le regaló una bicicleta y quien le inculcó la pasión por el ciclismo.
La gran obsesión de Flecha es convertirse en el primer español que triunfa en la París-Roubaix, un monumento que consagra para siempre a su vencedor, como sucedió ayer con Stuart O'Grady, que pasará a la historia por ser el primer australiano que conquista la clásica más exigente. Además, ya es el líder del UCI Pro Tour.
O'Grady, en una jornada calurosa -hasta el cambio climático ha afectado a una clásica identificada con la lluvia y el frío- cimentó su éxito en la última parte de la carrera, donde abandonó la compañía de un selecto grupo de escapados, integrado, entre otros, por Flecha, Wesemann, Leukemans o Petito. Este rodador de 33 años saltó a falta de una veintena de kilómetros y nadie, ni siquiera los decepcionantes Boonen (sexto) y Cancellara (19º), pudieron cazarle. Su acelerón fue suficiente para que se presentara en solitario en el velódromo de Roubaix, allí donde se alza el podio del infierno del norte.
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