VICENTE SALANER
Dentro de ese indescriptible haraquiri profesional -colofón de decenios de mala gestión gubernamental de la televisión pública- que significa para TVE un equitativo pero absurdo acuerdo de saneamiento, con jubilación forzosa de casi todas sus caras más conocidas y por ello con otro bajón más de imagen pública, este sábado le tocó despedirse a Pedro Barthe. Y le vamos a echar de menos. El baloncesto queda en deuda con un buen comunicador al que debe su regreso a la televisión en abierto después de unos años muy negativos de cuasiclandestinidad en la de pago.
En esta columna, a lo largo de los años (y son muchos, porque este viejo cronista es de los pocos que llevan más tiempo en activo que los 33 que ha durado la carrera de Barthe), se le ha criticado en alguna ocasión: por aquel tono desabrido que solía emplear en sus años mozos, quizá no el más idóneo para enganchar la audiencia a este deporte, o por cierto partidismo regional que chirriaba fuera de Cataluña, o por algunos exabruptos como aquel famoso de que había que sacar a los serbios del planeta... Pero una cosa siempre estuvo clara: para estar tantos años cerca de un deporte hay que sentir pasión por él, y de eso nunca le faltó a Barthe.
Tras llevarse Canal Plus las competiciones de clubes (españolas, europeas y NBA), TVE se quedó huérfana durante años, los del oscurecimiento del baloncesto. Hasta que, sobre todo por el empuje de Barthe, logró recuperar una parte de ellas.
Esta segunda parte de su carrera ante los micrófonos, cortada por la indeseada jubilación a los 52 años, habrá sido breve, pero muy fructífera. El Barthe maduro supo dar un giro positivo, entusiasta, contagioso a su labor de comentarista: se ha divertido y ha hecho divertirse a los espectadores, y con tino supo crear equipo con gente tan idónea y complementaria como Joan Creus y Fernando Romay. Como al Andrés Montes de La Sexta, una parte del resurgimiento del baloncesto se la debemos a él.
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