El presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz -que es judío y tiene nacionalidad israelí y estadounidense- tuvo ayer una rueda de prensa de tonos bíblicos.
Siete veces le preguntaron los periodistas sobre el escándalo provocado por los favores que le ha conseguido a su novia, la británica Shaha Alí Riza, que es funcionaria del banco. Y siete veces Wolfowitz mandó a los informadores al párrafo dieciséis del comunicado final del Comité de Desarrollo del FMI y del Banco Mundial.
¿Y qué dice el párrafo dieciséis? Lo siguiente: «Tenemos que garantizar que el Banco Mundial puede cumplir de forma efectiva su mandato y mantener su reputación y su credibilidad, además de la motivación de su personal. La actual situación es un motivo de gran preocupación para nosotros. Apoyamos las acciones del Consejo [de Gobernadores] del Banco al examinar esta cuestión, y le pedimos que complete su tarea. Esperamos que el Banco tenga un alto nivel de gobierno interno».
En otras palabras: los ministros de Economía no apoyan a Wolfowitz. De manera que el párrafo dieciséis es una pobre tabla de salvación para el presidente del Banco Mundial, que desde hace 10 días está soportando una ofensiva implacable por el control del Banco Mundial, lanzada por la burocracia de la institución.
Y todo indica que él lleva las de perder. Así que lo único concreto que dijo ayer en su rueda de prensa -«el banco tiene una función importante, y yo voy a seguir realizándola»- parece más que cuestionable. No por la importancia de la mayor agencia de desarrollo del mundo, que eso nadie lo duda, pero sí por su permanencia al frente de ella.
Hasta la fecha, Wolfowitz apenas ha logrado el respaldo de la Casa Blanca y de algunos países africanos, encabezados por Liberia. El resto de los países miembros -y el Tesoro de EEUU- o no le apoya, o le critica.
El vicepresidente del Gobierno español y ministro de Economía, Pedro Solbes, declaró ayer sobre este tema que «todos debemos responder a esos criterios de correcta gobernanza» (cabe pensar que quería decir gobierno). Otros fueron más directos.
Ése fue el caso del Reino Unido, un país que no ha ocultado su antipatía por Wolfowitz en los últimos meses. «Todo esto ha dañado al Banco, y no debería haber sucedido», dijo su titular de Desarrollo, Hilary Benn, el sábado.
El presidente del banco Mundial se negó ayer a confirmar o desmentir si ha hablado con George W. Bush, uno de los pocos líderes que le apoya mientras el Consejo decide si decapita o no a Wolfowitz.
Washington puede bloquear una eventual retirada del apoyo a Wolfowitz por el Consejo del Banco Mundial. Pero en ese caso la institución quedaría totalmente bloqueada y con el prestigio por los suelos. De hecho, incluso aunque Paul Wolfowitz continúe, su agenda -que incluye convencer a los Gobiernos de los países ricos de que donen 30.000 millones de dólares al Banco- está en vía muerta.
En ese contexto, Wolfowitz debe de estar agradeciendo todo tipo de apoyo, incluyendo la palmada en la espalda que, según el diario The Wall Street Journal, le dio el director del FMI, Rodrigo Rato, al comenzar la reunión del Comité de Desarrollo. Un respaldo mínimo, aunque mucho mejor que el que está recibiendo de sus propios subordinados, que han lanzado una campaña sin precedentes en la institución para llevárselo por delante.
Poco después de la rueda de prensa, la Asociación de Empleados del Banco Mundial daba una rueda de prensa en un centro comercial y volvía a insistir en pedir la dimisión de su polémico presidente, Paul Wolfowitz.