El nombre de Ségolène es bastante arcaico y demodé en los santorales franceses, pero se ha puesto de moda entre las recién nacidas de Poitiers, capital de la región donde la candidata socialista al Elíseo gobierna desde 2004 con los síntomas de un laboratorio político.
Es aquí, por ejemplo, donde madame Royal ha desarrollado el concepto de la democracia participativa. Se trata de compartir los debates con la ciudadanía, de escuchar las necesidades de los vecinos y de promover la transparencia institucional, aunque la maniobra de apertura a la gente desafina con una cierta predisposición matriarcal hacia el autoritarismo.
Guante de seda, mano de hierro. La acrobacia política ha redundado en la personalidad y en la fama ambigua de Ségolène. De hecho, Philippe Buyere, redactor jefe del diario local Centre Presse, establece una distinción de método y de actitud entre la Royal de París y la Royal de Poitiers. «Aquélla tiene que dar una imagen cercana, conciliadora. Está obligada a explotar su carisma. No puede asustar a la gente. En cambio, la presidenta que gobierna aquí es dura, agresiva, contundente. Toma las decisiones a título personal, sin dejarse asesorar demasiado».
Ségolene Royal se convirtió en la primera mujer socialista que accedía a la presidencia de una región. También fue la candidata del partido que mejores resultados obtuvo en los comicios celebrados hace tres años. Conviene recordarlo porque aquella revelación inesperada -se impuso en la primera vuelta con el 46% de los sufragios frente al 32% de los conservadores- representa el verdadero origen del fenómeno Royal.
Hasta entonces era una ministra de marías y cuestiones menores. Pero desde entonces, legitimada por las urnas y convertida en el rostro elegante del cambio, comenzó a desarrollar las claves de su propio modelo político.
«La gestión de Ségolène en la región de Poitou-Charentes responde al esquema de un programa que puede hacerse en clave nacional», nos explica Jean-Luc Fulachiel, mano derecha de Royal en las tareas ejecutivas. «Ha desarrollado la paridad de mujeres y hombres en los órganos de Gobierno, ha puesto enorme énfasis en las cuestiones medioambientales, ha logrado sanear las cuentas, ha reducido el desempleo, ha impulsado el transporte público y ha mejorado la educación», añade a título hagiográfico.
Son las líneas maestras de la arquitectura. La letra pequeña se reconoce en detalles tan significativos como la gratuidad del material escolar en los liceos y en medidas tan novedosas como la apertura al público de los consejos regionales. Es decir, que los vecinos de Poitiers y de las localidades comprendidas en Poitou-Charentes pueden asistir a las reuniones donde se deciden y resuelven las cuestiones capitales.
«No nos dejemos engañar por esos signos propagandísticos», puntualiza Elisabeth Morin en nombre de la oposición. «Ségolène Royal habla de la democracia participativa, pero actúa en nombre propio sin el menor sentido colegial. Y eso cuando viene, porque es una presidenta fantasma. Apenas la veíamos antes de ser candidata. Desde que fue investida, ha decidido abandonar completamente sus responsabilidades de Gobierno».
Los panegíricos y los elogios tienen que relativizarse a partes iguales porque las atribuciones de una autoridad regional en Francia son bastante limitadas. Equivaldrían más o menos a las de un presidente de una diputación española. Sin olvidar que la partida presupuestaria a disposición de Ségolène Royal, 630 millones de euros, corresponde, más o menos, al doble del budget que maneja el Real Madrid en una sola temporada.
Y eso que la región contiene 1,7 millones de habitantes en el mapa de cuatro departamentos ubicados en el centro-oeste de Francia. Incluido el de Deux-Sévres, notable en la biografía de Ségolène porque fue en esta circunscripción donde se ganó su primera plaza de diputada (1988).
No existían particulares razones de afinidad sociológica ni familiar. Poitiers, escala de los peregrinos en el camino de Santiago y muralla contra la invasión árabe en nombre de Martell, responde al perfil de una ciudad casta y conservadora, aunque la región donde gobierna madame Royal, famosa por el coñac y por el queso de oveja, cuenta entre sus referencias históricas a Leonor de Aquitania... y Mitterrand.
La tumba de la Esfinge se encuentra en Jarnac. Su espíritu, en cambio, forma parte del bagaje patrimonial que se atribuye Ségolène Royal para darle una continuidad genealógica a la conducción de la nave socialista.
De mujer a mujer, Ana, madrileña y manager de un restaurante de Poitiers (Bistrot La Villette), acostumbra a alojar entre sus comensales a la aspirante del PS. Dice que se alimenta frugalmente. Que no come patatas. Y que apenas prueba el vino. Agradece que se haya dejado escuchar en cuestiones de imagen: «Le hice saber a uno de sus asesores que llevaba un pelo muy a la antigua usanza. Parecía una vecina mojigata de Potiers. Ahora, con el cambio de corte, se acerca más a una mujer moderna».