D. U.
MOSCU.-
Pese a que su popularidad sigue siendo abrumadora en toda Rusia, el presidente ruso, Vladimir Putin, fue ayer un poco menos profeta en su tierra. La manifestación contra el Kremlin de la plataforma de oposición La otra Rusia, que el pasado sábado fue disuelta por las malas en Moscú, tuvo ayer su réplica en San Petersburgo.
Los arrestos a manos de la policía menudearon cuando los manifestantes (a los que las autoridades habían permitido concentrarse para celebrar un mitin) intentaron realizar una marcha por la antigua capital zarista, lanzando soflamas contra el presidente y por unas elecciones libres. Al menos 100 personas fueron detenidas cuando intentaban romper los cordones de seguridad. Entre los arrestados se encuentra el escritor y líder de los neobolcheviques, Eduard Limonov.
El pasado sábado, el ex ajedrecista Gari Kasparov, reconvertido en ariete de la oposición a Putin, logró escenificar su mayor triunfo mediático al ser arrestado cuando trataba de encabezar una marcha no autorizada desde la Plaza Pushkin de Moscú (a escasos 1.000 metros de las murallas del Kremlin). Tras ser acusado en un tribunal por lanzar consignas contra el Gobierno (infracción que sanciona el artículo 20.2 del Código de Faltas Administrativas), el ex ajedrecista fue liberado tras pagar una multa de 1.000 rublos (30 euros).
Para justificar sus arremetidas policiales, las autoridades esgrimen que la marcha de los disidentes que planeaba Kasparov no estaba autorizada. La exagerada reacción de los poderes ante concentraciones que difícilmente superan las 2.000 personas rozó el ridículo durante el primer acto oficial de La Otra Rusia en Moscú, cuando un helicóptero de la policía sobrevoló la manifestación a baja altura para silenciar el discurso de Kasparov. El mensaje del poder a la ciudadanía es así de claro: los opositores son «extremistas» que atentan contra la estabilidad. Y así lo manifiestan en sus incendiarios panfletos los componentes del grupo juvenil putinista Nashi, que acusan a Kasparov y a los suyos de estar pagados por Occidente y querer montar una revolución a la ucraniana en las calles de Moscú.
Esta remota posibilidad fue avivada la semana pasada desde Londres por el oligarca exiliado Boris Berezovski, enemistado con Putin, pese a que contribuyó a auparlo al poder hace siete años ayudando a concebir el partido oficialista Rusia Unida (inexistente hasta 1999 y que hoy copa la Duma).
La cabeza más lúcida del ajedrez tiene facciones de boxeador. Un perfil romo que cuadra mejor con su imagen actual, sometida a los zarandeos de los antidisturbios de uniforme gris atigrado que no dudan en arrastrar desafectos por los pies. El primer incidente de Kasparov en su nueva etapa política se remonta a abril de 2005, cuando un fan le arreó un tablerazo en la cabeza cuando se lo iba a firmar. Desde entonces, Kasparov viaja ceñido por siete guardaespaldas por toda Rusia, donde trata de inculcar su mensaje ante auditorios reducidos, pese al saboteo constante de las autoridades locales.
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