Lunes, 16 de abril de 2007. Año: XVIII. Numero: 6329.
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¿Qué es, en el fondo, actuar, sino mentir? ¿Y qué es actuar bien, sino mentir convenciendo? (Laurence Olivier)
 OPINION
Editorial
¿QUÉ ESCONDEN LA TESTIGO PERJURA, LA POLICIA Y LA FISCAL?

Es inevitable que esto tenga consecuencias. Cuando la fiscal le preguntó si había hablado con su marido después de que fuera detenida el 25 de marzo de 2004, Rosa, la mujer de El Chino, guardó silencio. Cuando el abogado de uno de sus cuñados acotó la cuestión -«¿Habló usted con su marido el 3 de abril?»-, su respuesta fue «no». E idéntico monosílabo salió de sus labios cuando el propio presidente del tribunal subrayó que el letrado estaba refiriéndose a «el día de la explosión de Leganés». Pues bien, como hoy desvela Casimiro García-Abadillo, en el propio sumario consta que 72 horas después de tal hecho, Rosa reconoció por teléfono que «habló con Jamal antes de inmolarse». Puesto que ella se identificó con su número de testigo protegido -«R-22»-, es obvio que su interlocutor era un policía.

Estamos, pues, ante un caso flagrante de perjurio, delito tipificado por el Código Penal y condenado hasta con dos años de cárcel. La propia Rosa lo reconocía el pasado viernes cuando aseguraba en El País -diario al que también había relatado no una sino dos conversaciones con Jamal el 3 de abril- que alguien le «aconsejó que no lo dijera». ¿Quién sino la Policía puede «aconsejar» a un testigo protegido que, en definitiva, depende del trato que reciba de las autoridades, lo que debe callar ante el tribunal? Ya ha ocurrido en este mismo procedimiento con el confidente Cartagena.

Pero lo que EL MUNDO revela hoy proporciona a este ocultamiento una dimensión que va mucho más allá del propio perjurio de la testigo. Resulta que solamente durante los seis días posteriores a su detención, interrogatorio y puesta en libertad Rosa mantuvo nada menos que 16 conversaciones telefónicas con su marido huido. Es de suponer que en los últimos días de su vida hablaran tal vez otras tantas. Teniendo en cuenta que Rosa proporcionó a la Policía el número del móvil desde el que Jamal mantuvo todas esas conversaciones, es obvio que tuvieron que ser controladas y grabadas. ¿Dónde están sus transcripciones?

Si hasta ahora sabíamos que antes del 11-M El Chino estaba siendo escuchado por una unidad policial que teóricamente seguía sus andanzas como traficante de droga, ahora ya sabemos que también lo estaba siendo después de la masacre. Sin embargo, las únicas conversaciones suyas que constan en el sumario son las que incluyen las muy ambiguas instrucciones que da a uno de sus colaboradores para que salga a su encuentro el día en que presuntamente transportaba explosivos desde Asturias. ¿Dónde están todas las demás cintas?

Es muy significativo que después de que la Guardia Civil no proceda a detener a El Chino cuando el 17 de marzo Zouhier acompaña a Víctor hasta la calle Villalobos en la que vivía, tampoco lo haga la Policía desde el 25 de marzo, en que puede localizarle por las llamadas, hasta el 3 de abril. Cualquiera puede deducir que había mucho más interés en saber lo que sabía que en capturarle vivo.

En este contexto merece la pena fijarse, por último, en la actitud de la fiscal que, conocedora como mínimo de la contradicción entre la actitud de Rosa ante el tribunal y lo que consta en el sumario, reacciona ante su silencio con un complaciente «no hay más preguntas». Al margen del contraste entre tanta condescendencia y la aspereza con la que, por ejemplo, interrogó a Omar sobre sus declaraciones a EL MUNDO, todo sugiere que ni la Policía ni la fiscal desean que el tribunal averigüe qué es lo que El Chino le contó a Rosa después de que decidiera esconderse y cuando ya veía su final muy cerca.

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