Decenas de manifestantes resultaron detenidos ayer en una marcha en San Petersburgo contra el presidente, Vladimir Putin. Las Fuerzas de Seguridad cargaron contra los asistentes, que pedían a gritos la dimisión de Putin, al que acusan de autoritarismo y de haber fomentado la corrupción.
El sábado pasado, la Policía había detenido a Gari Kasparov, ex campeón mundial de ajedrez, que protestaba en Moscú junto a miles de personas. Mañana está convocado otro acto de protesta en el Kremlin por el partido liberal Yabloko, que lleva muchos años denunciando los abusos de Putin.
Es cierto que apenas unas decenas de miles de personas han asistido a las manifestaciones de este fin de semana en las grandes ciudades rusas, pero también lo es que prácticamente todos los partidos de la oposición, incluidos los comunistas y la extrema derecha, han secundado unas protestas que reflejan un creciente malestar popular.
Favorecido por el aumento de los precios del petróleo, el gas y las materias primas, Putin ha logrado una mejora en el nivel de vida de Rusia y, particularmente, de los funcionarios y los militares. Pero ha gobernado con un extraordianario personalismo, que ha derivado en un régimen autoritario y plutocrático, con turbios episodios como los asesinatos no esclarecidos de la periodista Anna Politovskaya y el ex espía Litvinenko.
Teóricamente Putin acaba su segundo mandato presidencial el año que viene y no puede presentarse a la reelección, pero ya hay colaboradores suyos que propugnan la reforma de la Constitución para que el líder pueda seguir gobernando.
Los movimientos de protesta de estos días tienen como objetivo presionar a Putin para que se retire al final de su mandato, facilitando una renovación necesaria en un país cada vez más dividido. Putin es hoy el gran obstáculo para que Rusia se convierta en una verdadera democracia.
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