Sin ir más lejos, el pasado domingo, el artículo más leído -en su versión de internet- de la elefantiásica edición de The New York Times fue un muy largo trabajo de Thomas L. Friedman, en su suplemento Magazine, titulado El poder de lo verde. Es interesante, aunque no verdaderamente novedosa -recoge las tesis de James Lovelock en La venganza de Gaia- la línea de pensamiento y acción que propone el galardonado columnista: «En el mundo de las ideas, dar nombre a algo es poseerlo. Si pueden bautizar un problema, pueden dominar ese problema. Siempre llamó la atención, de la palabra verde, hasta qué grado durante tantos años, fue definida por sus adversarios y por quienes querían desprestigiarla. Y definieron como progre, abraza-árboles, afeminado, poco patritótico, vagamente francés... Pues bien, quiero rebautizar lo verde: lo quiero rebautizar como geoestratégico, geoeconómico, capitalista y patriótico. Y quiero hacerlo porque creo que vivir, trabajar, diseñar, fabricar y proyectar los Estados Unidos de una manera verde puede ser la base de un nuevo movimiento político unificador para el siglo XXI. Una ideología verde redefinida, más amplia y más musculosa no pretende anular los tradicionales programas republicano y demócrata sino enlazarlos a la hora de encarar los tres grandes problemas a los que hoy se enfrenta cada estadounidense: empleo, temperatura y terrorismo».

El análisis de Friedman es correcto: la amenaza del terrorismo, de los regímenes autoritarios y violentos que están apareciendo en los países enriquecidos por el petróleo a 60 dólares -de Rusia a Venezuela-, del desquiciamiento climático que provoca la destrucción de ciudades como Nueva Orleans es una realidad nacida el 11-S que condiciona las posibilidades de sobrevivir que tiene nuestra civilización. En España, uno de los países más afectados por el ciclo climático y cuya situación interna es más parecida a la de Estados Unidos -con una brutal fractura entre izquierda y derecha provocada por un tremendo atentado terrorista-, esos argumentos se entienden bien.

Friedman, como Lovelock, opina que sólo la urgencia, el miedo, la brusca toma de conciencia de lo que se nos viene encima nos moverán a actuar al fin. Pero le falta añadir una cautela: los científicos y los periodistas no podemos, no debemos, inventar o exagerar para lograr que aumente esa desazón. Informemos sobre el medio ambiente, sí. Pero no deformemos sobre el medio ambiente, que de eso también hay mucho.