Rebasados los 70 años y con un abultado currículo a sus espaldas, Raúl Guerra Garrido tiene ya algo de clásico en vida. Por si fuera poco, en los últimos meses ha ganado los premios Nacional y Castilla y León de las Letras, 30 años después de que lograra el Nadal con aquella novela impactante, Lectura insólita de 'El capital', que va a ser reeditada dentro de poco, junto con otras suyas, en la prestigiosa colección de bolsillo de Alianza Editorial.
Entre tanto, el mismo sello edita su novela más reciente, La soledad del ángel de la guarda, cuya trama, aunque no se diga explícitamente, transcurre en el País Vasco, como varios títulos de Guerra Garrido. Si en Cacereño trataba de la emigración y en la citada Lectura insólita... de su reverso, los industriales que atraían a los emigrantes, en La soledad del ángel de la guarda el autor se mete en el interior de otro tipo humano fundamental en el paisaje del País Vasco de estos años: el guardaespaldas de un amenazado por ETA.
La explicación de esa reincidencia la da el propio escritor cuando dice que necesita escribir de experiencias cercanas. «Me gusta ceñirme a la realidad, que, como dijo alguien, es el único modo de escapar de la frivolidad», afirma. «La perspectiva puede ser buena para el historiador, pero para el novelista es preferible estar en el corazón del bosque».
En todo caso, esa materia prima vivencial es, según sus palabras, como el granito de las estatuas, algo tan simple como la base sobre la que trabajan las manos del artista. De hecho, esa proximidad necesaria también acarrea un inconveniente, el de escribir demasiado al hilo de los acontecimientos. Para hacer literatura digna de tal nombre, piensa Guerra Garrido, es mejor que los acontecimientos tratados hayan fermentado durante un tiempo en la cabeza del escritor y que así éste pueda extraer la categoría por encima de la anécdota.
Cuenta Guerra Garrido, por ejemplo, que un petrolero en el que estaba embarcado cuando tenía 20 años fue asaltado por unos piratas. «Nunca he novelado esa historia», dice, «pero sí he usado la experiencia del miedo que pasé». De modo parecido, se resistió durante un tiempo a escribir la historia de La soledad del ángel de la guarda, por ser tan cercana y tan obvia; hasta que dio con el punto de vista, no emprendió el relato.
Ese punto de vista no es otro que el interior del guardaespaldas. «En mi caso, la mirada es siempre la de la víctima, la del que pasa miedo. Además, me encuentro muy cómodo escribiendo en primera persona y en presente, pese a que un crítico me dijo una vez que la primera persona en presente suena mal en castellano, que suena mejor en italiano; pues aunque suene mejor en italiano, yo creo que da una inmediatez que no la dan otras personas o tiempos verbales; es como una cámara objetiva».
Así, la mirada del protagonista va registrando los recovecos de una sociedad en la que anidan la violencia, el miedo y la insolidaridad de tantos a los que sólo les preocupa que el cóctel molotov que arrojen a su vecino les acabe quemando las cortinas. Para Guerra Garrido, la explicación está en que la posmodernidad ha derivado en frivolidad y en una especie de abdicación por parte de los escritores de su responsabilidad. Le toca de cerca, dice: «Hubo unos años en que, cuando veía la foto de un conocido en televisión, pensaba que le habían asesinado. Y en alguna letra de mi agenda me encuentro con hasta tres amigos a los que han matado».